El invierno es una estación mágica.
Es un tiempo donde todo descansa en la naturaleza, un tiempo para reponer la energía desgastada y tomar fuerzas para llegada de la primavera y el verano, llenos de vida.
El invierno es mi otra estación favorita, tras el otoño.
Y lo es porque me siento como el invierno en mi interior. Me siento con necesidad de entrar en mí, de arroparme desde dentro, de acogerme en mi interior.
Siempre me han gustado los días grises, la lluvia que nutre profundamente la tierra y mi piel, el cielo profundamente gris que avisa de la llegada de la nieve, la caída sutil de los copos de nieve… cada uno de ellos único y diferente al resto.
Adoro el silencio lleno de sonido que se produce cuando nieva, señal de que el tráfico para, el sonido de los copos de nieve, amontonándose y creando formas caprichosas. También me gusta el sonido de ramas de los árboles que se parten porque no aguantan el peso de tanta nieve… me recuerdan a mí cuando me agoto, cuando algo se rompe dentro de mí.
A través del invierno me puedo observar a mí misma. A través del frío entro más en mí para hallar mi calor interno, mi calma interior.
El invierno emocional
El invierno representa diferentes emociones. Nos habla de quietud, oscuridad y frío. Al contemplar un paisaje nevado, nuestra mente interpreta este descanso necesario, nos hacemos conscientes de que debemos frenar el ritmo al que vivimos, que debemos ir hacia dentro para descansar.
Todas estas cosas, nos invitan a retirarnos, a ir más dentro de nosotros mismos.
Esta etapa, que puede parecer muerta, en realidad permite que todo descanse, que las cosas se regeneren y sanen para volver a la vida en la siguiente estación. Solemos pensar que el descanso es sinónimo de improductividad, cuando en realidad es lo que nos da el impulso para continuar adelante.
En esta etapa se protege la energía vital, se la cuida. Nuestro cuerpo funciona con energía, por eso necesitamos comer y beber agua, para reponer los nutrientes consumidos. Pero nuestro cuerpo también funciona con una energía más sutil, una que se desgasta con emociones desagradables y una que se repara con emociones agradables que nos hacen sentir bien.
Nuestra energía vital es tan importante, que es la que consumimos en exceso cuando estamos estresados, ansiosos o preocupados. Y también es la que tenemos en grandes cantidades cuando somos compasivos, amorosos y bondadosos.
El invierno nos invita a parar, a hibernar como hacen los osos para recuperar energías. Por eso los días son más cortos, para que nos retiremos a nuestros hogares cuando el sol desaparece y para que descansemos más. Porque todo tiene sentido en la naturaleza, porque hemos evolucionado junto a ella.
Lo que ocurre es que en este siglo hiper-tecnológico, nos hemos olvidado de la razón de ser de cada cosa que ocurre a nuestro alrededor. Te animo a volver al origen, a escuchar a la naturaleza y seguir sus ritmos.
El invierno nos enseña a mantenernos serenos y a ser resistentes, nos convierte en más fuertes y resilientes. Porque si podemos superar el invierno, entonces todo es posible.
Emprender el camino hacia tu interior, no es fácil, es todo un viaje en el que encontrarás retos, obstáculos, luces y sombras. Pero si eres capaz de afrontar todo esto, te estarás haciendo más fuerte y podrás afrontar con mayor calma y valentía lo que la vida te traiga.
La serenidad propia del invierno, nos conecta con la sabiduría, la compasión y la aceptación. Todas estas cosas ya están en ti, solo tienes que confiar, solo tienes que observar.
La impermanencia
El concepto de impermanencia es básico en el budismo y nos habla del cambio desde una perspectiva más profunda. Porque se refiere a la transformación.
Y todo se transforma en esta existencia… el agua se evapora para crear la nube, la nube se deshace en lluvia que moja los árboles y cultivos, ese agua se transforma en nutrientes para las plantas que crean verdura y fruta, los alimentos nos nutren a nosotros y reemplazan la energía desgastada.
La impermanencia nos hace ser conscientes de que todo está conectado, tanto fuera como dentro de nosotros. Para conectar con la impermanencia y la interconexión, tenemos que encontrarnos en el límite… Y como nos dice Joan Halifax, el límite lo encontramos en muchas partes…
- En esas etapas oscuras de nuestra vida donde parece que nada tiene sentido.
- En esas emociones intensas que deciden por nosotros.
- En los pensamientos invasivos que nuestra mente da vueltas y vueltas.
- En la angustia, la ansiedad y el sufrimiento.
- Cuando no logramos lo que deseamos o no cumplimos nuestras expectativas.
Cuando estamos al borde del abismo, es el momento ideal para conectar con nuestro corazón y para comenzar a tejer una visión más amplia de la vida, donde podemos sentir de qué manera todo está conectado. Los estados límite conforman nuestro verdadero ser, nuestro carácter.
El cambio es un ancla al presente. Porque si todo fuera igual siempre, nunca notaríamos la diferencia entre la noche y el día, entre la inspiración y la espiración.
De modo que si quieres conectarte al presente, deberás anclarte al cambio que observas en todo cuando te rodea (la luz, los sonidos, las olas del mar) pero también en todo lo que ocurre dentro de ti (en tu respiración, el latido de tu corazón, el sueño y la vigilia).
Por eso podemos unirnos a la naturaleza y a las estaciones, para conocernos mejor, para unirnos al cambio eterno presente en todas las cosas. Porque nuestras emociones también cambian y se adaptan a la etapa del año en que nos encontramos.
Este año hemos hecho un viaje a través de diferentes estaciones para vivirlas de manera plena. Te invito a repasar cada una de ellas a través mis artículos…
Explorando el otoño, la primavera y el invierno en este post.
Vivir conscientemente es una decisión que puede cambiar nuestra vida