Siento que el verano es un tiempo para vivir más lento, disfrutando de cada rayo de sol.
El propio calor enlentece nuestra mente y cuerpo, actuando como un freno natural ante nuestra actividad incesante.
La naturaleza nos regala horas de sol, señal de que es tiempo de crecer, expandirnos y soltar.
Debemos aprender a soltar… relajándonos y abandonando la necesidad de control.
Y cuando soltamos, ocurren cosas importantes… comenzamos a disfrutar más, dejamos que todo fluya, nos desgastamos menos y nos conocemos más.
En las vacaciones soltamos… soltamos las rutinas, los horarios y así nos re-encontramos con una parte de nosotros que está dormida habitualmente, olvidada entre responsabilidades y tareas.
El verano llega para descansar más, para sentir la vida que hay en cada una de nuestra células.
Pero como todo… el verano ha de acabar… porque todo son ciclos.
Sensaciones y estaciones
Las estaciones son uno de los ciclos más visibles. Siento que cada estación, trae diferentes sensaciones. Hoy comparto contigo las sensaciones que para mí trae cada estación.
Verano… Lo asocio a plenitud, vida, expansión. Es un momento para viajar y conocer lugares exóticos y otros más cercanos. Es un momento perfecto para explorar el mundo que nos rodea. Uniendo el descanso a la exploración, descubrimos el mundo fuera y dentro de nosotros. El verano es un buen momento para cuidarnos más, atendernos más, querernos más.
Otoño… Es mi estación favorita. Lo asocio a calma, silencio, serenidad. El otoño es una estación donde todo lo que ya no puede vivir, simplemente cesa, se va. Me recuerda al devenir de la vida, a los ciclos que nacimiento, transformación y cese. Los colores del otoño me reconfortan, al igual que las temperaturas. Es un tiempo para ir espaciando el tiempo que pasamos en el mundo exterior y comenzar a introducirnos en nosotros mismos.
Invierno… El frío llega y trae consigo muchas sensaciones… me habla de la necesidad de cobijarme, refugiarme, protegerme y cuidarme. Es una etapa de retiro, puede ser retiro mental o espiritual… tal vez ambos. La sensación de taparme con una manta, me recuerda a la niña que fui y que se sentía plena al ser abrazada. El invierno es un momento donde todo parece quieto, pero donde todo crece bajo tierra. Con nosotros pasa lo mismo… nuestra vida parece más quieta, pero las raíces están arraigando. Preparándose para la explosión de vida de la primavera.
Primavera… Etapa de cambios fuertes y temperaturas más cálidas. Me conecta con la euforia, el mareo, el exceso de actividad, la libertad. Venir de la calma del invierno para ingresar de nuevo a la vida, a veces me deja confundida y mareada. La primavera me angustia a veces con su exceso de vida, por eso siento mareos habitualmente. Me encanta acudir a la naturaleza para observar su crecimiento, viendo la explosión de colores naturales y observando los dientes de león y su sabiduría innata. Y puedo sentir que yo soy como esas semillas que vuelan miles de kilómetros impulsadas por el viento… siento que cada palabra es una semilla que planto en mentes ajenas. Y adoro esa sensación de expansión y libertad.
Estas sensaciones se han ido construyendo en mí a partir de mis experiencias y preferencias. Seguramente para ti las cosas sean diferentes. Y está bien que así sea… porque la vida es cambio y múltiples opiniones.
Captando la plenitud
El verano me habla de plenitud y conecto con ella a través de diferentes lugares. Acompáñame por este viaje a través de la plenitud…
El cielo y sus nubes: Uno de mis pasatiempos favoritos en verano, es observar el cielo azul y las nubes que por él se mueven. Es una actividad simple, solitaria, silenciosa. Pero me conecta con la calma que hay en mí. Observar me permite distanciarme, comprender que no siempre tengo que sentirme parte de algo, que a veces está bien salir de la escena y verla desde fuera.
Las nubes me conectan con sensaciones agradables… con lo esponjoso, suave, flexible. Y siento que así quiero que sea mi mente… suave, flexible, adaptativa. Observar las transformaciones de las nubes, me conecta con la idea de que todo se transforma y eso me tranquiliza.
Porque siento que no debo temer a la vida… porque todo pasa, todo cambia, todo se transforma. Incluso yo misma.
El mar y sus olas: Una de las cosas que más serenidad me trae, es el mar. Adoro su sonido, su olor, su tacto, me encanta ver las olas y el poder transformador del agua, que sin prisas, lentamente, es capaz de deshacer hasta la roca más dura.
Y es que el mar me habla de paciencia, el agua me habla de vida, el agua me sostiene, me nutre, las olas me hablan de otro ciclo que viene y va. Me gusta ver la espuma de las olas cuando se deshacen en la orilla de la playa y me encanta observar cómo el agua se cuela por cada rendija de las grandes y poderosas piedras.
El mar me calma, me conecta con la Tierra y con la resonancia Schumann, con ese latido de la Tierra que nos ha acompañado a lo largo de nuestra evolución como humanidad. Por eso me conecta con las raíces.
La montaña y su verdor: Las largas cadenas montañosas me hablan de estabilidad, fortaleza, ecuanimidad. Y siento que yo soy como una montaña, capaz de soportar tempestades y aunque puedan pulirme todas ellas, sigo siendo yo, siendo estando enraizada.
Otro de mis pasatiempos es observar las montañas, sus picos, sus valles, el reflejo del sol y las nubes en esa superficie fuerte. El verde me habla de vida, expansión, prosperidad. Y siento que siempre he querido que mi vida sea así y ahora ya lo es.
Las huellas en la arena: El gran símbolo de la impermanencia. Y es que caminar descalza por la arena de la playa, me conecta con lo esencial y las huellas en la arena, me recuerdan que cada ser humano deja una huella energética en la vida, en la Tierra, en el Universo.
Y ahora sé que cada uno de nosotros podemos escoger qué huella dejamos. Pero para eso, antes debemos hacernos conscientes de que tenemos el poder de elegir, aunque no siempre es fácil. Porque tomar la responsabilidad de hacernos conscientes de lo que hacemos y decimos, es algo grande.
Las huellas en la arena son borradas por las olas, ¿quiere eso decir que nunca existieron?… No… quiere decir que su tiempo ya pasó, que ya cumplieron su misión y que han de borrarse para crear algo nuevo. La vida humana es igual, es cíclica, llega cuando el momento es próspero y se retira cuando no lo es.
El presente, la infinitud: Todo con lo que conecto en el verano, me habla del presente. La nube cambia porque se permite vivir en el ahora, como la ola, que nace y se deshace y no lucha por este ciclo de cambio eterno. El verde de la montaña se transforma en rojo en el otoño y en abono en el invierno. Las huellas de la arena existen fugazmente para unirse a cada granito de arena y a cada gota de agua, existiendo de una manera diferente.
La infinitud es este instante que se une a este otro instante, creando cadenas de tiempo ilimitadas. Para vivir en la infinitud… observa, siente, fluye, cambia, sé flexible y adáptate. Todo esto trae libertad, trae plenitud.
Hazte consciente de tus huellas y elige cuáles dejas detrás de ti