La conciencia es un enigma… en ocasiones tengo dificultades para explicarlo con palabras, pero cuando cierro los ojos y contacto con mi respiración, simplemente sé… sé lo que es la conciencia porque la experimento, porque vivo desde ella.
A nivel teórico, la conciencia es nuestra habilidad para identificar lo que pensamos, sentimos y quiénes somos. Pero cuando pienso en ello, siento que eso es auto-consciencia… hacerme consciente de mí misma. Y todo eso se supone que depende de mi cerebro, pero… ¿yo soy mi cerebro?
Cuando medito, experimento la conciencia de diferente manera, me doy cuenta de que es infinita e inmortal.
Para mí, la conciencia es mi esencia… hay quien lo llama alma, hay quien se refiere a ella como energía vital. La etiqueta es igual, solo sé que es la parte de mí que no morirá y que forma parte de algo mucho más grande que me conecta con todo ser sintiente del universo abundante en el que vivo.
Donde todo es conciencia
En mi búsqueda interna de serenidad, he probado diferentes meditaciones y distintos métodos. El tantra yoga llegó a mi vida y me introdujo en una nueva parte de mí que desconocía por completo.
Desde esta perspectiva y práctica oriental, se pone el foco de atención en la importancia de la energía, introduciendo en sus prácticas, la exploración de la energía vital a través de los chakras.
Y además de ello, también hablan de la energía vital como esa fuerza que habita en cada rincón del universo y que crea todo cuanto existe (lo percibamos o no).
Practicando una meditación en inglés sobre la conciencia, aprendí que una de las muchas cosas que hago cuando medito, es que mi conciencia (alma o esencia) se observa a sí misma.
Al principio este concepto me pareció extraño, pero cuando dejé a un lado mis juicios y comencé a sentir… todo cambió y pude comprender esa idea. Porque cuando entro en mi interior profundamente, me doy cuenta de que soy capaz de separarme de esta identidad humana que he ido creando a lo largo de mi vida.
Y es una sensación extraña… como si pudieras quitarte un traje que creías era tuyo… como si mudaras la piel y te dieras cuenta de que lo que creías real, en realidad era un disfraz… disfraz que usamos habitualmente para escondernos, para ocultar nuestro poder y grandeza.
Cuando logré quitarme ese traje hecho a medida… esta identidad que he creado en torno a Elena, me di cuenta de que no hay límites, no hay fronteras…
La piel deja de separarte de todo cuanto existe en el universo, tu mente se calma y se abre… esperando recibir más información y tu cuerpo se deja llevar… flotando por la inmensidad del cosmos.
Todos mis problemas desaparecen cuando soy capaz de contactar con mi esencia, aquella que se esconde por temor a no encajar en un mundo tan físico. Y me doy cuenta de que en realidad todo está bien… que no debo esforzarme tanto porque lo que debe ser… simplemente será… en su momento, eso sí.
Justo después de quitarme ese disfraz o identidad puramente humana, me di cuenta de que había algo más… algo que siempre ha estado ahí… en silencio, acompañándome en cada paso, pero era incapaz de verlo antes.
Me hice consciente de una conexión profunda con una energía más grande que yo misma… una energía que todo lo cubre… una energía que ha estado dormida en mí.
Y en este estado, de vez en cuando aparecía algún pensamiento que interpreté como molesto porque me alejaba de esa energía única que habitaba en mí. Cuando lograba separarme del pensamiento y la preocupación, me di cuenta de que no tengo por qué quedarme atrapada en esas producciones de mi mente… porque yo soy mucho más que un pensamiento puntual… yo soy pura conciencia infinita.
Este estado de profunda conexión es maravilloso, pero esquivo. No siempre es fácil acceder a esa puerta que nos abre a un mundo de vibraciones donde no estamos conectados a un cuerpo y a sus limitaciones. Pero a pesar de que no consiga acceder a ese estado cuando deseo, siempre recuerdo que ya he estado allí y por lo tanto, que puedo regresar cuando el momento sea propicio.
¿Qué momento es propicio para dar el salto a esta otra realidad?
Bueno… creo que llegamos a ese momento cuando decidimos no aferrarnos conscientemente a emociones y pensamientos cotidianos, cuando somos capaces de conectar con nuestra respiración y hacer que las preocupaciones no nos aten a ningún tiempo existente.
Ese estado lo alcanzamos cuando nos permitimos abandonar nuestra identidad… a la que estamos tan apegados. Y es que no siempre deseamos salir de ese traje hecho a medida… porque nos sentimos bien dentro de él.
La conciencia infinita que eres en realidad, siempre está contigo, incluso cuando no la sientes
De modo que no te desesperes cuando la buscas y no la experimentas… pero recuerda siempre que está ahí, dispuesta a acompañarte cuando te haces consciente de que la vida terrenal en el fondo es un juego… algo que podemos cambiar desde nuestra mente.
Y es que realmente es así… no te tomes tan en serio tu vida, las acciones de los demás, sus opiniones y las tuyas propias. Nuestra conciencia se ha encarnado para jugar, para experimentar. De modo que sé la mejor versión de ti mismo y no te frustres ante tus errores… es normal que los cometas… estás aprendiendo.
Y recuerda… puedes cerrar tus ojos y viajar por el cosmos… eres conciencia infinita