El trauma y el cuerpo

La conexión mente-cuerpo es una realidad que sentimos a diario.

Pero a veces… cuando nos sentimos muy mal emocionalmente, nos desconectamos del cuerpo, pensando que de esta manera reducimos nuestro dolor.

Lejos de lograr lo que pensamos en un principio, esta desconexión del cuerpo, nos hace sentir perdidos, sin rumbo. Y renunciamos a una información muy importante sobre nuestro mundo emocional. 

Las emociones se expresan en nuestro cuerpo, en ocasiones con sensaciones intensas como un vacío en el pecho, un nudo en el estómago o una presión sobre nuestro corazón y garganta.

Todas estas señales, es la emoción corpórea, que toma forma en el cuerpo y se expresa por medio de estas señales cuando no es escuchada, cuando la negamos o la reprimimos a un rincón oscuro de nuestra mente. 

Conociendo al trauma

Cuando los golpes de la vida llegan a nosotros, se producen heridas emocionales… a veces profundas… a veces superficiales, pero que dejan una señal, que indica que algo ocurrió, que algo nos golpeó.Eso es un trauma.

Esta herida emocional, nos provoca sufrimiento y dolor pero podemos renacer de esa herida, de esa ruptura. En psicología, hablamos de dos tipos de traumas…

El Trauma “T”: Este suceso, esta herida que lleva la T mayúscula, es un suceso que nos impacta con gran fuerza y que trae cambios internos muy importantes. Suelen ser sucesos que nos provocan un gran shock emocional y que pueden producir un trastorno de estrés postraumático. Algunas situaciones inesperadas que suponen un gran impacto emocional, son: atentados, violaciones, catástrofes naturales, maltrato físico, vivir una guerra, etc.

El trauma “t”: Se produce en situaciones cotidianas y que en ocasiones están ocultas o son menos visibles, aunque el efecto para el mundo emocional de quien lo sufre, es igual que en el trauma con “T”. Las situaciones que nos provocan este tipo de traumas, son: maltrato físico y/o psicológico cotidiano, bullying, mobbing, humillaciones públicas o privadas, la pérdida de un ser amado. Estas situaciones, crean una profunda herida emocional.

Una de las respuestas que da nuestro cuerpo ante un trauma, es la disociación. Ante una situación extrema, donde el dolor emocional es muy intenso, nuestro cerebro se desconecta, por ello a veces no recordamos nada del suceso traumático o tenemos recuerdos parciales y borrosos… todo esto nos ayuda a seguir adelante y  reducir el impacto emocional de una experiencia extrema. La disociación es una respuesta de emergencia de nuestro cerebro, para sobrevivir. 

Los síntomas habituales de la disociación, son: lagunas de memoria, embotamiento emocional que nos impide sentir nada al rememorar ese suceso, la presencia de pesadillas nocturnas que reviven el trauma, despersonalización, desrealización, flashbacks (la repetición mental de la escena traumática) y síntomas psicosomáticos (la mente en el cuerpo).

Por lo tanto, no solo nuestro cuerpo puede sufrir heridas… nuestro mundo emocional también siente heridas invisibles que nadie puede ver a no ser que las mostremos. Pero porque no puedan ser vistas con nuestros ojos, no quiere decir que no existan. 

La inteligencia del cuerpo

Puede que nuestro cerebro se desconecte cuando la amenaza para nuestra vida es elevada… pero nuestro cuerpo siempre escucha y registra lo vivido. 

Tu cuerpo tiene memoria, tu piel almacena el impacto del trauma. Por eso evitas que te toquen cierta parte de tu cuerpo cuando te han herido, por eso ciertos olores traen a tu mente una cascada de recuerdos de alguien a quien amas, por eso asocias ciertas caricias a ciertas personas. 

La inteligencia se encuentra en cada célula de tu cuerpo y sus memorias son pequeñas puertas a través de las cuales conectarte con tu ser más profundo.  

Nuestro cuerpo y nuestras emociones, mantienen un diálogo constante donde intercambian información. A veces, la única manera de acceder a una emoción, es a través del cuerpo, a través de esas sensaciones fugaces y esquivas que no comprendemos, pero que nos avisan de algo que no está bien. 

Cuando sufrimos un golpe emocional, el cuerpo puede responder de diferentes maneras…

  • Se descarga de energía y estamos profundamente agotados. 
  • Necesitamos dormir para reponer nuestras fuerzas. 
  • Podemos sentir que el cuerpo funciona lento, como si se desplegara un airbag que nos protege.
  • Nuestra mente se enlentece también y sentimos cierta anestesia emocional. 
  • El llanto limpia nuestra tristeza… pero a veces la empeora.
  • El apetito se retira y el sueño es esquivo… o llega con más fuerza, nos hace vivir somnolientos. 
  • Nuestros pasos cambian, necesitamos contemplar más que actuar. 
  • Otras veces tratamos de mantener una actividad “normal” para esconder nuestro dolor.

Lo cierto es que el cuerpo no engaña, es muy claro en sus mensajes… pero no siempre estamos dispuestos  escuchar.

Y es en esos momentos en los que el miedo toma el control… miedo a sentir las cosas de esta manera por siempre, miedo a perdernos, a hacernos adictos a la soledad y a la contemplación interna, miedo a que esa presión en el pecho, sea indicio de algo más grave, miedo a que los recuerdos de la herida emocional nunca cesen.

Y aunque son miedos normales, quiero que sepas que todo puede cambiar. Nacemos con la capacidad de cambiar y transformarnos… y eso me llena de esperanza. 

Viviendo con nuestro cuerpo

Vivimos a través de nuestro cuerpo, pero no siempre vivimos con él. 

Solemos desconectarnos de él en nuestro día a día. Una desconexión que parece natural… porque vivimos en un mundo de mentes, no de cuerpos.

Y cuando el cuerpo toma protagonismo, es para cambiarlo, para resaltar lo que no nos gusta y cambiarlo, en lugar de amarlo tal y como es. Escondemos nuestro cuerpo en capas de ropa, en filtros de la cámara del móvil.

En lugar de ver al cuerpo como el templo que es, lo vemos como un estorbo, un obstáculo. 

No te culpo… yo he hecho lo mismo. Y a veces aún me pasa… que me desconecto de mi cuerpo.

Vivir con mi cuerpo es sentir las sensaciones de malestar y la relajación, es sentir mi inspiración y exhalación, es mirarlo incluso cuando no me gusta, es darle un masaje simplemente como gesto de amor, de gratitud.

Vivir con mi cuerpo es hacer breves paradas en el día para conectar con él desde  mi consciencia, sintiendo los ciclos que hay en él… el latido del corazón, la respiración, el sueño y la vigilia. 

Estos ciclos nos ayudan a comprender que todo cambia… que el trauma no tiene por qué acosarnos toda la vida, que esa sensación de presión en el pecho, no siempre te acompañará, que podemos conectarnos al presente a través del cuerpo y sus sensaciones.

Todo se refleja en tu cuerpo… por eso escucha atentamente sus señales y conócete a través del cuerpo. 

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