La honestidad está infravalorada.
Vivimos en un mundo en que se nos anima a crear un personaje, alguien que pueda ser mostrado al mundo y que no nos recuerde el dolor o la tristeza.
Porque en la sociedad occidental, nos aterra sentir emociones desagradables.
Y pensamos que si no las mostramos, no existen. Aunque detrás de las cámaras, seguimos sintiéndonos estresados, perdidos, sin rumbo.
Creo que se nos ha olvidado qué es la honestidad.
La honestidad
Es una cualidad humana a través de la cual, nos compartimos tal y como somos, con sinceridad.
La honestidad nos habla de coherencia entre lo que uno siente, dice y hace. Y cuando somos coherentes, sentimos equilibrio y armonía, porque vivir una mentira, sale caro.
La honestidad va unida a un concepto que nos parece antiguo… el honor.
El honor es nuestra capacidad de no traicionarnos a nosotros mismos ni a aquello en lo que nos comprometemos. El honor es lo que nos permite vivir en coherencia, aunque eso suponga a veces, un gran sacrificio.
La honestidad asusta, porque supone mostrarnos al natural, con nuestras heridas y cicatrices, con el temor a ser rechazado o juzgado.
Necesitamos protegernos del dolor, pero a veces, tanta protección nos conduce a una irremediable pérdida interior. Y así, vagamos por la vida sin rumbo fijo.
En una sociedad donde las redes sociales se han convertido en nuestro refugio, se ha producido la paradoja de no poder ser nosotros mismos. De modo que el refugio se convierte en una trampa en la que ni siquiera sabemos que hemos caído.
¿El antídoto?
Mostrarnos tal y como somos… con nuestras luces y sombras, con nuestro sufrimiento y alegría, con nuestra tristeza y miedo.
Nunca podemos llegar a saber cuánto ayudará nuestra sinceridad a otra persona… porque nuestro dolor, resuena con el de los demás, porque toda la humanidad estamos unida.
La psicóloga honesta
En mi camino de crecimiento interior y en mi desarrollo profesional, me he dado cuenta de que necesito ser honesta para conectar con los demás.
Y la conexión emocional que establezco con mis pacientes y contigo, querido lector, se basa en algunos pilares…
Sinceridad: Solo desde mi sinceridad, puedo expresarme al mundo y puedo acompañar a otros en sus caminos de auto-descubrimiento. Ser sincera no es decir todo lo que pienso, pero sí es describir cómo veo las cosas desde mi perspectiva.
La sinceridad cruel es un instrumento para dar rienda suelta a la ira y frustración no expresada. La sinceridad consciente, es aquella que tiene en cuenta a la otra persona, a sus necesidades y momentos anímicos. Porque la sinceridad debe asentarse en la empatía y compasión.
Soy sincera cuando digo que siempre podemos sentirnos mejor… porque tenemos la capacidad de cambiar. Soy sincera cuando le digo a un paciente que no está loco… soy sincera cuando abro mi corazón y relato mi camino de evolución interior y también mis dificultades. Soy sincera cuando no maquillo lo que me ocurre o lo que siento, cuando acojo el sufrimiento del otro y alivio su dolor con una mirada o una sonrisa.
Mostrando la imperfección: Nadie es perfecto. Por fortuna la perfección no existe, porque si existiera, no podríamos cambiar, evolucionar, todo se quedaría estático. Muchas personas necesitan lograr las cosas de una manera perfecta… y eso suele llamar a la ansiedad, porque nos empeñamos en algo que es imposible alcanzar.
Yo soy imperfecta, mi cuerpo es imperfecto, mi mente también. Mi mundo emocional es cambiante y aunque suelo vivir en equilibrio, tengo etapas donde me alejo de mi centro. Pero la clave no está en que me vaya, sino en darme cuenta de que me estoy alejando de mí y regresar una vez más.
Vulnerabilidad: Soy vulnerable. Mi mundo emocional es tan sensible, que se asusta rápido, por eso creó hace mucho tiempo una armadura emocional en el que esconderse. Porque el temor a ser rechazada o abandonada a veces es tan grande, que me paraliza. Lo importante no es tener una armadura, sino qué hago con ella.
Creo que es mi vulnerabilidad la que me hace ser mejor psicóloga y mejor persona. Porque comprendo que debo ser cuidadosa con los demás, como quiero que lo sean conmigo.
Y en mi trabajo, a veces, re-abro heridas, pero es una re-apertura sanadora, porque lo hago para que el otro tome consciencia de lo que ocurre en su interior. Y como yo soy vulnerable, soy muy cuidadosa. Acompaño desde mi corazón.
Emociones: Tengo un rico y variado mundo emocional. Los descubrimientos que hago conmigo misma, los traslado a la terapia. Y tienen un efecto tan liberador, que comprendo que sin mi camino interior, sería una psicóloga diferente… ni mejor ni peor… simplemente diferente. Y lo cierto es que me encanta cómo trabajo.
Tengo que incorporar las emociones en mi trabajo diario. Debo mostrar la tristeza que resuena en mí cuando alguien me cuenta algo descorazonador, debo sonreír cuando alguien me cuenta que las cosas le van bien, que se siente mejor. Y a veces debo mostrar sorpresa por los acontecimientos maravillosos que viven mis pacientes.
Algunos terapeutas insisten en mantener una cara neutral que no reaccione ante las emociones ajenas. Lo he probado y yo no puedo hacerlo. Si no muestro cómo me conmueve lo que la otra persona me cuenta, me desconecto de él o de ella y no soy todo lo eficaz que podría.
Por eso soy expresiva, a veces callo por el impacto de lo comunicado, porque mi silencio es acogedor. Muchas veces sonrío, creando emociones expansivas en mis pacientes y otras tantas veces solo puedo escuchar atentamente para comprender el maravilloso mundo interior de la otra persona.
Mis emociones y mi sensibilidad, son las mejores herramientas que tengo para mi trabajo diario.
Ausencia de juicios: Parte de ser honesta, supone no juzgar a mis pacientes. Yo no soy juez, creo que cada cual hace lo que puede y como puede con lo que la vida le trae.
Sé el poder arrollador que tienen las emociones, sé cómo te puedes desconectar tanto de ti mismo que termines haciendo y diciendo cosas que en la calma jamás se dirían. Comprendo el miedo que provoca la ansiedad y el temor a que la tristeza nos lleve al profundo pozo de la depresión.
Yo no soy quién para juzgar, yo solo escucho, acojo, ayudo a tomar consciencia y a transformar aquello que a la otra persona le hace daño. Esta es la verdadera naturaleza de mi trabajo como psicóloga.
Vivir conscientemente: Todo se resume a esto… a aprender a ser conscientes de lo que sentimos, pensamos, hablamos, hacemos y decidimos. Es algo que practico en mi vida personal y que siempre traigo a la terapia, porque sin ser conscientes de las cosas, no podemos modificarlas, no podemos transformarnos.
Ser conscientes requiere apertura, ausencia de juicios, mucha observación y quedarnos con nuestras emociones y heridas, con nuestras fortalezas y vulnerabilidades. Solo así podremos conocernos profundamente.
Siento que mi trabajo, sin honestidad, no tendría sentido alguno.
Y tú… ¿vives desde tu centro?