En el artículo de hoy, quiero hablarte de mí.
No tanto de lo que hago como profesional y de lo que he hecho en mi carrera profesional, como de mí… de lo que me hace despertarme cada día, de lo que me mueve, quiero hablarte de mis necesidades más profundas.
Por eso este post se llama “desde mi mirada”, porque quiero compartir contigo, que me lees y me dedicas tu tiempo, trocitos de mí que pocas personas saben.
Aprecio profundamente el tiempo que dedicas a leer mis palabras y reflexiones, y la confianza que depositas en mí debe traducirse en una mayor apertura, para que seas consciente de que me lees a mí, no a un robot o a una inteligencia artificial.
Desde mi mirada, veo las cosas de una manera profunda, siento conexiones profundas con otras personas, llego a sentir el dolor físico ajeno como propio, experimentando un hormigueo en el cuerpo que me habla de profunda empatía.
Desde mi mirada, son muchas las veces que me pierdo a mí misma y me siento confundida. Y es que estoy llena de dualidades… siento seguridad e inseguridad, siento que estoy en mi camino y a veces también me siento perdida. Ahora sé que debo perderme para re-encontrarme y transformarme.
Desde mi mirada, hay cosas de la vida que me dan miedo… como exponerme demasiado y mostrar mis vulnerabilidades. Pero estoy aprendiendo a mostrarme sin miedo, porque no hay nada malo en mí. En parte, por eso estoy escribiendo este post.
Desde mi mirada, querría susurrarte estas palabras para que sientas las cosas como yo las siento, con esa profundidad maravillosa y a veces angustiosa. Porque soy una persona altamente sensible (PAS) y no es fácil para mí vivir en este mundo hiperactivo.
Desde mi mirada, veo el sufrimiento propio y ajeno, siento ese sufrimiento y lo acojo.
Desde mi mirada, veo el amor y la alegría propias y ajenas, las siento, las acojo.
Desde mi mirada, la música me estremece, me hace conectar con mis emociones.
Desde mi mirada, siento que soy un canal a través de la escritura.
Desde mi mirada, me conecto a la madre Tierra y siento su dolor y sus ciclos.
Desde mi mirada, tengo fe en la vida y en la humanidad.
Mi profesión, mi vocación
En mi pre-adolescencia, ya quería ser psicóloga para ayudar a otros personas que sufrían como yo, que se sentían aislados e incomprendidos. Esta necesidad de ayudar era algo egoísta, porque creía que al ayudar a otros, me estaría ayudando a mí misma.
La etapa de los 13 a los 18 años, no fue fácil para mí. Tuve una época de sentir una profunda tristeza. Ahora, con el paso del tiempo, puedo comprender las razones de ello…
La primera fue que tenía hipotiroidismo sin saberlo (aunque acudí a endocrinos desde los 8 años no me lo detectaron hasta los 18). Y el hipotiroidismo, además de provocar que mi metabolismo sea lento y tenga problemas de peso, también me hizo entrar en una etapa depresiva que no entendía. Solo me di cuenta de que fue un estado de ánimo sostenido en el tiempo y no mi verdadera personalidad, hasta que pasados 3 años de estar bajo tratamiento por el hipotiroidismo, la neblina de tristeza me abandonó y me empecé a sentir como soy: alegre, optimista, alguien que le gusta reír y hacer reír.
La segunda razón, era que soy una persona altamente sensible (PAS)… eso lo sé ahora, por aquel entonces solo sabía que era muy introvertida, que las emociones las sentía intensamente, que socializar era un suplicio para mí y que no podía estar en lugares con mucho ruido y mucha gente, porque me agotaba. En resumen, me sentía “rara”, diferente a mis compañeros y amigos. Y a los 18 años tomé una decisión importante: no haría ninguna actividad social que no me llenara ni me apeteciera realmente, aunque eso supusiera perder amistades.
En mi juventud, ya como estudiante de psicología, era mi Salvadora la que me impulsaba a seguir estudiando. Por eso se decidió por cuidados paliativos. Es curioso que mi Salvadora escogiera una especialidad donde no puedes salvar a nadie… porque el final de la vida no se puede parar. Creo que elegí esa especialidad porque no todo el mundo puede hacerlo… era una prueba de mi fortaleza.
Más tarde comprendí la sabiduría de la vida, que me llevó a una especialidad, cuidados paliativos, que me ayudaría profundamente en el cuidado de mis abuelos maternos y a transitar el posterior duelo. Sin lo que aprendí en ese máster, hubiera encarado el sufrimiento de una manera bien distinta y no habría acompañado a mis abuelos y a mi madre como lo hice.
En los primeros años ejerciendo como psicóloga, sentía emociones encontradas… mi Salvadora estaba dispuesta a salvar a aquellos que sufrían, pero estaba desconectada de los pacientes, porque me decidí por la psicología online en 2013, momento en que aún era visto como algo imposible o como un complemento a la terapia presencial. Sentía que no podría alcanzar mi único propósito vital… ponerme a disposición de quienes sufren.
Los pacientes tardaron en llegar… primero uno, después otro recomendado por mi primera paciente y poco a poco fui construyéndome como psicóloga online. Echo la vista atrás y me enorgullece esa versión de mí misma que ni tiró la toalla… porque sé que faltó muy poco para dedicarme a otra cosa, aunque me angustiara profundamente.
Ahora, tras 10 años ejerciendo, siento que no solo he alcanzado mi propósito, sino que incluso lo he trascendido gracias a las formaciones que imparto y la escritura. Porque mi intención no es solo acompañar en procesos individuales… me encanta la divulgación de la psicología y por eso adoro hacer webinar, impartir cursos y formaciones.
Y qué decir de la escritura… desde pequeña demostré la necesidad de escribir, de plasmar en palabras lo que sentía. Lo atestiguan los muchos diarios de mi niñez que aún guardo.
Mi sueño era poder publicar algún libro y en 2017, me llegó un duro golpe al cerrar la página donde impartía cursos sobre psicooncología para profesionales de la salud. Ese golpe me trajo otra gran oportunidad para mí, tras meses de búsqueda de nuevas páginas donde poder impartir mis cursos, contacté con editorial Formación Alcalá. Les gustaron mis cursos y los temas de los que quería hablar y he podido escribir y publicar 8 libros con ellos.
Si pudiera elegir una sola cosa que hacer en resto de mi vida, sin duda sería escribir. Me apasiona investigar nuevos temas y darles forma a través de mis palabras para que se conviertan en conocimientos fáciles de comprender. Estuve tres años dedicando mucho de mi tiempo diario a investigar y escribir y lo recuerdo como una de las mejores etapas de mi vida.
Como podrás adivinar, a lo largo de los años he tenido algunas luchas con el dinero, especialmente cuando era escaso. Mi objetivo nunca fue la riqueza, aunque el dinero me ayuda… me ayuda a no estar preocupada por no llegar a fin de mes y eso me permite ser más eficaz y acompañar desde mi esencia: el amor, dejando a un lado el miedo.
Me ayuda también a seguir formándome y ser mejor profesional, me ayuda a hacer realidad mis otros sueños profesionales, más allá de la terapia.
El dinero es maravilloso porque nos hace la vida más fácil, pero para mí ha sido más importante dar una atención psicológica y emocional al alcance de todos. Y esa prioridad es la que marca todo lo que hago.
He comprendido que el dinero es energía y cuando te abres a él, llega a ti y cuando además ofreces amor, escucha, presencia, empatía y compasión a cambio de esa energía, todo fluye.
Mi propósito vital
Necesito que las cosas que hago, tengan un sentido, un propósito que vaya más allá de mí… tal vez quiero dejar una huella invisible en el cosmos.
Quiero dejar una huella invisible, porque el exceso de atención me abruma… prefiero no ser la protagonista de la historia… mejor ese personaje secundario que sale poco en la película pero que es clave para la historia.
Me gusta esconderme para estar a solas y reflexionar a mi ritmo. Mi Salvadora no quiere ser protagonista… solo quiere hacer aquello por lo que existe.
Me gusta ir de puntillas… quedarme cuando el resto de personas desaparecen, estar presente en el sufrimiento más que en la fiesta.
Y todo este camino recorrido, ha tenido una constante: sacrificio. No el sacrificio negativo, sino el que haces cuando algo te apasiona… de modo que el sacrificio se convierte en curiosidad y anhelo de saber más… pero eso no evita que haya cosas que abandones en tu vida.
La idea de sacrificio es relativa… por ejemplo, para algunas personas renunciar a ir de discotecas, es un trauma… para mí es un alivio. Y ese tiempo en el que no voy de fiesta, hago cosas importantes para mí: leer, estudiar, descansar, meditar, reflexionar, escuchar música, escribir…
Nos queremos ahorrar el sacrificio y llegar a donde solo él nos lleva… una más de las contradicciones humanas.
Mi propósito vital tiene que ver con el conocimiento profundo de quiénes somos… sin juicios, sin críticas. También tiene que ver con acompañarte para que comprendas tu verdadera naturaleza, para que veas la luz que siempre ha brillado en ti pero que pocas veces te atreves a mostrar al mundo.
“Tu belleza real, se esconde en tu fragilidad y vulnerabilidad”
– Elena Alameda Jackson –