La muerte es el miedo ancestral de la humanidad.
Solemos asociar la muerte al final de nuestra existencia… al menos nuestra existencia física.
Hoy quiero mostrarte mi camino a través de la muerte y el duelo, para ello debo comenzar en mi adolescencia. En esta etapa de mi vida, me preocupaba la muerte, la sentía como el final definitivo, el vacío más absoluto. Y esa sensación es aterradora porque nuestra mente, nuestro ego, no quieren morir.
Siento que la vida y la muerte están unidas de manera irremediable… porque sin una, no puede existir la otra. Morimos porque vivimos.
Pasé la etapa de la carrera sin apenas pensar en este tema, pero un día, en una clase de 5º de Psicología, una profesora nos recomendó un libro que cambió mi vida. El libro fue “La muerte, un amanecer”, de Elisabeth Kübler-Ross.
Si no lo has leído, te lo recomiendo. Es muy corto pero profundamente bello.
Estaba en último curso de carrera y sentía la inquietud propia de quien se acerca al final de algo importante. No me sentía preparada para salir al mundo y empezar a intervenir con pacientes. Eso unido a que acabé la carrera en 2009, en plena crisis económica, hizo que me decidiera a estudiar un máster.
Tenía la duda entre el Máster de Psicología Clínica y de la salud o el de Psicooncología. Desde que leí el libro de Kübler-Ross, anhelaba poder acompañar a los pacientes moribundos y a sus familias. Y aunque mi corazón me decía que decidiera la Psicooncología, mi mente racional me empujaba hacia el máster de Clínica.
Temía especializarme demasiado al hacerme psicooncóloga y no poder intervenir en otras áreas.
La vida, en su sabiduría, hizo que me aceptaran en el máster de Psicooncología. Me alegré profundamente de que así fuera.
En psicooncología, puedes intervenir en todo el proceso oncológico o especializarte en cuidados paliativos, acompañando a moribundos. Sabía que mi camino era este último. Desde el primer año de máster, asistía a las clases los fines de semana y entre semana, acudía a un hospital de cuidados paliativos, donde llegaban los pacientes que tenían un pronóstico de vida inferior a 6 meses.
No te voy a engañar… los primeros meses fueron duros. Pero poco a poco empecé a ver la belleza de la vida a través de la muerte, empecé a conectar con la belleza del acompañamiento cuando la vida se nos escapa.
Y en esta etapa empecé a re-conectar con mi espiritualidad, olvidada durante los años de carrera. La carrera de psicología es muy científica y no daba cabida a la espiritualidad, por eso empecé a conectar con algo que siempre había estado en mí, pero que había olvidado.
A pesar de acompañar en este primer hospital de cuidados paliativos y el segundo año ser la única psicóloga de una unidad hospitalaria de cuidados paliativos, había un temor en mí.
Temía cómo sería el duelo de mis seres queridos. La única pérdida que tuve en mi vida, fue a los 8 años, cuando falleció mi abuelo paterno. Era muy mayor, estaba enfermo y no viví muy de cerca su fallecimiento.
Mi temor radicaba en que una cosa es acompañar a otros en sus duelos y otra muy diferente es transitar uno mismo por el duelo.
La vida, tan sabia, me mostró una fortaleza que no sabía que poseía, aunque siempre supe que me acompañaba. Hoy hace justo 5 años que mi abuela materna falleció tras padecer Alzheimer durante 8 años. En Agosto de este año va a hacer 3 años que falleció mi abuelo materno.
Y a través del cuidado de mis abuelos, descubrí que el duelo es doloroso, que te afecta en tu ser al completo… en cuerpo, mente, emociones y en el alma. Pero también descubrí que cuando amas a alguien, siempre se queda contigo y agradecí haber podido cuidar a mis abuelos junto con mi madre. Porque afrontar todo eso, me ha hecho quien soy ahora.
Qué es el duelo
Creo que el duelo es un camino. El duelo es un camino que consiste en soltar al ser amado que se ha ido y re-ubicarlo en nuestro interior. Es un proceso emocional lleno de tristeza, melancolía, culpa, angustia o enfado.
El duelo es también un proceso mental en el que debemos darle al ser amado, su lugar en nuestro interior.
Tras la pérdida de un ser querido, se produce una herida emocional interna que necesita ser sanada. Esto nos hace sentir sensaciones extrañas como anestesia emocional, dificultades para concentrarnos o el llanto que nos sorprende en cualquier momento. Creo que estos síntomas son señal de la inflamación interna que sentimos por la herida causada por la pérdida.
Para sanar nuestra herida, debemos sentir el dolor, por eso no es recomendable tomar psicofármacos en las fases iniciales del duelo… porque solo sintiendo el dolor de la pérdida, podremos sanarnos.
Queremos huir del sufrimiento de la pérdida, pero no podemos, porque nuestra mente nos recuerda de mil maneras que nuestro ser amado ya no está… en ocasiones son los sueños los que nos re-conectan con el ser amado, otras veces son nuestros sentidos los que nos engañan, como cuando olemos el aroma del ser querido o escuchamos su voz.
Todo esto forma parte del duelo. Porque siento que la pérdida de un ser querido con el que estábamos muy vinculados emocionalmente, es un pequeño trauma que debemos sanar.
En el duelo, re-ubicamos emocionalmente a nuestro ser amado en nuestro interior, integrando la pérdida en nuestra historia personal y amando ya no desde fuera, sino desde dentro. Porque podemos seguir amando a quienes ya no están físicamente con nosotros.
Las fases del duelo
Hay muchos modelos del duelo, pero siempre me ha gustado el modelo de Elisabeth Kübler-Ross, que define 5 fases emocionales que solemos atravesar. Debes saber que estas fases no son lineales, las podemos sentir de manera salteada y podemos pasar varias veces por algunas de estas etapas, eso depende de cada persona y de su proceso particular. Las 5 fases del duelo, son…
- Negación: La negación es una reacción de shock, donde nos quedamos paralizados o insensibles por el gran impacto emocional que supone la pérdida del ser querido. El mundo es absurdo y la vida no tiene sentido tras la pérdida. Esta negación y conmoción, nos ayuda a dosificar el dolor de la pérdida. Conforme se acepta la realidad de la pérdida y se inicia el proceso de hacerse preguntas acerca de la muerte, el proceso de curación está en marcha.
- Ira: Se puede dirigir a uno mismo, al ser querido fallecido por habernos dejado o a los médicos. El enfado y la ira surgen cuando somos conscientes de que podremos sobrevivir a la pérdida. La ira es la primera de muchas emociones que van surgiendo: tristeza, pánico, dolor, soledad, etc. Sentir este enfado e ira es un paso necesario en este proceso curativo que es el duelo. Esta fase emocional debe sentirse y superarse a su propio ritmo.
- Pacto: Antes de que nuestro ser querido fallezca, somos capaces de negociar con Dios o un ente superior lo que sea necesario para que no muera. Tras el fallecimiento, la negociación es una tregua temporal, queremos que la vida vuelva a ser como era, anhelamos retroceder en el tiempo. Es un paso intermedio que nos acerca a la elaboración del duelo, un tiempo que necesita nuestra mente para adaptarse a la realidad de la pérdida. En esta etapa el doliente es consciente de la pérdida.
- Depresión: La sensación de vacío es profunda y la tristeza invade nuestro mundo interior. Parece que es una etapa que nunca va a acabar. Se desea abandonar rutinas y actividades habituales, pues no sentimos fuerzas para seguir adelante. Esta fase depresiva no es un proceso psicopatológico, es una fase más en la adaptación a una pérdida.El duelo es un proceso de curación emocional, por lo que esta tristeza profunda es un paso más hacia esa curación. Lo ideal es acoger esta tristeza como algo natural, abandonando toda lucha.
- Aceptación: Comenzamos a aceptar la pérdida del ser amado, aceptando que se ha ido para siempre. No estamos de acuerdo con la realidad, pero sí la aceptamos como algo que ha ocurrido. En esta etapa se produce una re-adaptación a la vida y la curación está próxima. Somos capaces de recordar las experiencias compartidas sin sentir ese dolor lacerante en el corazón, nos recomponemos emocionalmente y reorganizamos nuestra vida. Nos adaptamos a vivir en un mundo en el que el ser querido ya no está. Este proceso ayuda a saber quiénes somos y quién era nuestra ser querido, lo que conlleva un crecimiento emocional muy importante.
Recuerda que es natural sentir un profundo dolor emocional cuando perdemos a un ser amado. El duelo es una oportunidad para conocerte mejor.
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“Un barco existe en el océano incluso si navega más allá de los límites de nuestra vista. La gente del barco no ha desaparecido, simplemente se están mudando a la otra orilla”
– Elisabeth Kübler-Ross –