Mucho se habla de ir a terapia, pero pocas veces podemos profundizar en el proceso de la terapia desde el asiento del profesional que escucha.
Hoy quiero que me acompañes por ese espacio intangible de la terapia, un espacio que los psicólogos y psicoterapeutas, exploramos con cada paciente que llega a nosotros… porque cada terapia es diferente, como diferente es cada persona que acude a nosotros.
He querido titular este post “el arte de la terapia”, porque a lo largo de mi experiencia profesional (y personal), he llegado a la conclusión de que hacer terapia, es un arte.
Es un arte que perfeccionamos con el tiempo… ningún psicólogo sale de la facultad de psicología sabiendo qué decir o qué hacer. Por eso aprendemos a través de la experiencia, aprendemos a través del contacto con nuestros pacientes. Porque ellos son nuestros maestros.
Cuando acabé la carrera de psicología, sentía miedo. Miedo de no saber lo suficiente, miedo de dañar a personas que estaban sufriendo, miedo a no saber qué decir o qué hacer ante ciertas situaciones.
Ese miedo se fue diluyendo con los pacientes que llegaron a mí y con los que acompaño cada día.
Y una de las grandes cosas que me ha enseñado la vida, es que debo ser muy cuidadosa en mi trato. Por eso he escogido como fotografía para este post, una semilla de diente de león.
En cada sesión que tengo con mis pacientes… ya sean nuevos o lleve con ellos trabajando un tiempo, trato de ser tan cuidadosa como la semilla del diente de león. Elijo ser suave, adaptarme a lo que la otra persona necesita, me permito fluir con el viento y las emociones de la otra persona… porque solo así podré ver el mundo con sus ojos y solo así podré acompañar en el dolor y sufrimiento, sin agrandarlos ni menospreciarlos.
Al ser una persona altamente sensible (PAS), sé lo mucho que duelen las emociones, sé lo mucho que escuecen las heridas emocionales. Por eso lo que guía mi vida, es la suavidad, la flexibilidad, el cuidado.
Y en mi trabajo, aplico todo esto que considero esencial. Porque si alguien trata de entrar a la fuerza en nuestro ser interior, oponemos resistencia. Pero si podemos confiar en esa persona, si sabemos que no nos hará más daño, le invitamos a entrar en rincones que nunca antes habíamos visitado.
Eso es hacer terapia para mí. Va mucho más allá de técnicas y enfoques de psicología, porque se trata de mi humanidad tocando la humanidad del otro.
Ahora te hablaré de algunas cosas importantes que he ido descubriendo a lo largo del tiempo al hacer terapia con mis pacientes…
Escuchando
La escucha… la gran herramienta para la vida. Si bien es cierto que en terapia hago mucha escucha a través de mis oídos, no menos cierto es que también es una escucha en la que implico todo mi cuerpo y todo mi ser.
Implico a mi cuerpo… Me permito sentir escalofríos ante emociones intensas de mis pacientes, observo con mis ojos su postura, observo con mis oídos el tono de voz, las palabras no dichas, las emociones ocultas. Porque todo, lo presente y lo ausente, me da información acerca del estado de la persona a la que acompaño y de lo que necesita en cada momento.
Implico todo mi ser… Mi ser está más allá de la mente pensante, más allá de mis sentidos, está más allá de todo lo terrenal. En terapia, implico a mi ser esencial… aquel que solo quiere consolar en el dolor, aquel que quiere acompañar para mostrar la vida desde otra perspectiva, aquel que puede ver el potencial de las personas. Y para implicar a todo mi ser, la escucha es clave… porque debo escucharme a mí primero para regularme y así poder regular al otro.
La escucha forma parte de mis herramientas esenciales, como la observación. Observar requiere de silencio, supone volcarme en lo que hay más allá de mí y conectar con ello. Y para observar, necesito curiosidad, porque es lo que realmente me mueve, es la curiosidad lo que me ayuda a conectar con otro ser humano.
El silencio es otro de los grandes temas de la terapia, porque a veces se cree que el terapeuta tiene que hablar, muchas veces mis pacientes me dicen que no paran de hablar. Yo, en lugar de frenarles, les invito a que continúen sacando todo aquello que han escondido, lo silenciado.
Porque en lo silenciado, se esconde lo que nos duele, lo que nos da miedo, en lo silenciado encontramos las heridas y el subconsciente trabajando. Y en terapia, se trata de traer luz a las sombras, para que aquello que estaba escondido, deje de ejercer el poder oculto de dirigirnos sin consciencia.
Mi silencio interno y externo, me ayuda a ponerme a disposición del otro, creando un espacio donde poder ser.
Reconstruyendo el vínculo de apego
Esta es la clave de la terapia, esto es lo que realmente sana.
Cuando venimos a este mundo caótico, nuestras anclas son nuestros padres. Del vínculo de apego que establezcamos con ellos, dependerá la manera en que nos relacionaremos con otros seres el resto de nuestra vida.
Tal vez esto te parezca injusto, especialmente ante padres que no están bien emocionalmente y no pueden crear un vínculo emocional fuerte. Es injusto… no te lo niego.
Pero como casi todo en la vida, tenemos otra oportunidad de vincularnos de manera positiva. Y esa segunda oportunidad, está en la terapia.
La relación establecida entre el profesional y el paciente, es capaz de reconstruir el vínculo de apego. Por eso digo que en terapia, como en la vida, soy cuidadosa, suave y flexible. Porque no se trata de repetir el patrón de apego inseguro o ansioso que tiene el paciente desde su origen… se trata de mostrarle que hay otras maneras de hacer las cosas.
Y si el paciente comienza a aprender que no hay nada malo en él o ella, que no debe exigirse tanto, que puede consolarse y aún así seguir siendo fuerte, estaremos cambiando algo mucho más profundo que los pensamientos de esa persona… le estaremos dando la oportunidad de decidir cómo vincularse con otros seres, incluido conmigo como terapeuta y también consigo mismo.
Muchos son los estudios científicos que demuestran que lo que sana en la terapia psicológica no son tanto los enfoques o técnicas, como la relación establecida con el profesional. Por eso siempre digo que si no sientes conexión con el profesional que te acompaña, busca a uno con quien sí lo sientas. Porque tu cambio interno tiene más que ver con la relación establecida con él o ella, que con el enfoque o lo que se trabaje en terapia.
Ausencia de juicio
Nos han enseñado a juzgar y criticar todo cuanto nos ocurre… esto es “bueno” para lo que me gusta o me genera bienestar y esto es “malo” para lo que no me gusta, me duele o me hace sufrir.
Se nos olvida que el juicio no existe más allá de nuestra mente. Solo existen las sensaciones… sensaciones agradables o sensaciones desagradables. Creo que ver la vida desde esta perspectiva, es liberador.
En la vida cotidiana, intento juzgar cada vez menos… aunque no siempre es fácil. Pero en terapia, ahí sí que abandono todo juicio. No soy juez para decir lo que está bien o mal. Puedo guiar a la otra persona para que busque un camino que le dé paz y que no le dañe a sí mismo ni a otros. Pero eso es todo.
Soy capaz de abandonar todo juicio, cuando puedo comprender lo ocurrido, cuando entiendo lo que pasa en el mundo emocional interno de mis pacientes. Y solo lo puedo comprender a través de la escucha y de hacer las preguntas correctas en el momento oportuno… cuando el paciente está abierto a explorar lo que no mira habitualmente.
Por eso he de ser paciente… no todo el mundo puede acceder a su mundo interno en terapia, o al menos no desde el principio… pero si mantengo mi enfoque, si camino junto al otro el tiempo suficiente para regularle y que confíe en mí, la apertura y el “darse cuenta” llegarán solos.
Por eso para mí, la terapia es tan bella… es como poder ver una estrella que nace o una flor que se abre por primera vez.
Regulándome para regular
Una de las claves de la terapia como arte, es comprender que si yo no estoy regulada emocionalmente, si no me siento segura y serena, seré incapaz de regular a mi paciente y no podré enseñarle que hay otra manera de ver y hacer las cosas.
La regulación emocional la hago de manera silenciosa… a través de mi sistema nervioso. Porque el ser humano, se ha desarrollado en torno a la co-regulación… unas personas regulan (o desregulan) a otras. Mi sistema nervioso, cuando vibra en su estado vagal ventral, me hace sentir arraigada, segura, en paz.
Y eso hace que el sistema nervioso desregulado de mis pacientes, por imitación, se empiece a sentir un poco igual al mío… de ahí que la hora de terapia sea tan liberadora… porque regulamos nuestras emociones y nuestro cuerpo a través de la regulación del terapeuta.
Por todo ello es tan necesario que yo sea capaz de escucharme a mí misma y a regularme.
Con todo esto que te he contado, ¿crees que la terapia es un arte?
Y como todo arte, se perfecciona con la práctica. De modo que continuaré practicando y aprendiendo.
“En mis primeros años profesionales me hacía esta pregunta: ¿cómo puedo tratar, curar o cambiar a esta persona? Ahora formularía la pregunta de esta forma: ¿cómo puedo proporcionar una relación que esta persona pueda usar para su propio crecimiento personal?”
– Carl Rogers –