La vida ha cambiado mucho a lo largo del siglo XXI. Y las navidades se han ido transformando con esos cambios.
La navidad de antaño me la imagino silenciosa… mucho más que la de ahora, donde los petardos, los fuegos artificiales y los coches, inundan de sonidos el entorno.
También me la imagino menos luminosa… todo quedaba teñido por el suave resplandor amarillo de las velas. Porque en ausencia de la electricidad, la luz se convertía en un lujo.
Cuando pienso en la navidad de antaño, me transporto a un pequeño pueblo nevado… como el de la fotografía que acompaña a este post. Y siento que serían más cálidas por las chimeneas encendidas, por el olor a madera quemada, por pasar tiempo con los seres queridos.
Tal vez sería una navidad menos espectacular, pero más real. Unas fiestas en las que lo principal no sería tanto lo que consumimos, como lo que compartimos.
Incluso pienso en unas navidades más espirituales, independientemente de las creencias religiosas de cada cual. Porque para mí, la espiritualidad tiene que ver con la conexión… conexión con uno mismo, conexión con la madre tierra, conexión con otros y conexión con la energía creadora de todo cuanto existe (se le llame como se le llame).
He tenido el privilegio de vivir entre dos siglos… el XX y el XXI. He tenido el honor de escuchar las historias de mis abuelos en una etapa complicada en España… el de la guerra civil y la posguerra. Y en cierta manera eso me ha hecho apreciar más la manera en que podemos vivir ahora.
Las navidades del siglo XX
Mis abuelos me han contado siempre cómo eran “sus tiempos”, cuando eran niños y jóvenes.
Me hablaban de un Madrid diferente… más parecido a un pueblo que a la ciudad que es hoy en día.
Me hablaban de un Madrid con huertas, donde no existía la M30… un Madrid con vaquerías, donde las vacas se encontraban en la propia ciudad para abastecer a los ciudadanos de leche fresca… algo impensable hoy en día.
Mis abuelos vivieron su infancia cuando los aviones sobrevolaban la ciudad, cargados de bombas, vivieron una etapa de dificultades enormes… de hambre y de miedo. Infancias trastocadas por la guerra, aprendiendo a sobrevivir.
Las navidades en aquella época no debían tener mucho significado… en lugar de momentos para celebrar, serían momentos de seguir viviendo y de protegerse del frío.
Mis abuelos crecieron, sobrevivieron en un entorno bélico, en entornos difíciles de vivir… y siento tanta tristeza porque les tocara vivir una vida tan difícil… aunque gracias a ello pudieron disfrutar profundamente de las cosas sencillas de la vida.
Mis abuelos se casaron y tuvieron hijos… y para mis padres y tíos, las navidades tomaron otro significado… como tienen otro significado para mí también ahora.
Cuando creces en un entorno bélico, hay dos maneras de vivir ya de adulto: sintiendo que aún estás en la trinchera, o disfrutando de lo que la vida trae hasta ti. Creo que es más difícil lo segundo que lo primero.
Mis abuelos pasaron de tener que comer con cartillas de racionamiento, a poder comprar libremente lo que querían… solo puedo imaginar el choque mental que eso puede suponer.
Yo nací en 1986 y recuerdo haber vivido mis navidades con ilusión cuando era niña.
Recuerdo cuando mis padres nos llevaban a mi hermano y a mí a ver “Cortylandia”, un espectáculo de luces sonidos y muñecos que cantaban, que un centro comercial ponía cada año en el centro de Madrid. Era todo un espectáculo, abarrotado de gente.
Recuerdo cuando íbamos a la plaza de Felipe II, cerca de la calle Goya, para montarnos mis padres, mi hermano y yo en un tren que ponían por Navidad… y cómo mi padre compraba churros que comíamos mientras hacíamos cola para montarnos al tren.
Recuerdo disfrutar del árbol de navidad con sus luces, del belén, representando el nacimiento del niño Jesús.
Recuerdo el nerviosismo e ilusión de la noche de Reyes, recuerdo que en mi infancia no comprendía el poder de esos tres reyes magos de oriente, muy mayores pero magos, capaces de repartir los regalos por todas las casas. Añoro esa inocencia… añoro disfrutar de las cosas a través de mi mirada infantil.
Sé que mis navidades nada han tenido que ver con las navidades que mis abuelos o padres han vivido, por eso me considero afortunada. Porque ellos han hecho posible que para mí, las navidades tuvieran otro significado cuando era pequeña.
Las navidades del siglo XXI
Y poco a poco te haces adulta… y la magia de la navidad desaparece.
Para mí se ha convertido en mucho esfuerzo y trabajo, pero aún disfruto de reunirme con mi familia… aunque añore profundamente a mis abuelos maternos y sin ellos, la navidad haya perdido aún más brillo.
Las navidades del siglo XXI son muy diferentes a las de antes… aunque esto lo sé porque recuerdo unas fiestas navideñas diferentes… recordadas a través de mis gafas de infancia, donde todo parece más brillante y mágico.
Yo de las navidades me quedo con pasar tiempo en familia, con esas charlas que se alargan hasta la madrugada, con las luces del árbol de navidad que se mueven rítmicamente, me quedo con la sensación de frío que me invita a taparme con una manta.
Me quedo con visitar los puestos navideños y ver los belenes y árboles que hay por doquier.
Me quedo también con la oportunidad de hacer regalos… no por lo material, sino por poder pensar en quienes quiero y regalarles algo que no se esperan o que necesitan.
Y aunque me gusta menos el ruido estridente de las Navidades del siglo XXI y tampoco me gusta el consumismo extremo que todo lo invade… sé que yo decido cómo vivo las fiestas navideñas.
Y puedo conectarme a sensaciones de antaño para sentir más profundamente la espiritualidad de estos tiempos
Te animo a hacer lo mismo… a construir el tipo de navidades que quieres vivir, independientemente de lo que digan en la TV o en las redes sociales sobre la Navidad.
Eres capaz de construir un final de año lleno de calma y un inicio de año lleno de energía y cambio… Confía en ti.
“No existe la Navidad ideal, solo la Navidad que usted decida crear como reflejo de sus valores, deseos, afectos y tradiciones”
– Bill Mckibben –