Mucho se habla de la escucha activa en el ámbito sanitario. Creemos que escuchar es solo atender a las palabras que emiten los demás, dejando que nuestro cerebro interprete lo que captan nuestros oídos.
A mí me gusta hablar de la escucha profunda… una escucha que realizamos con los oídos, con los ojos, con el corazón y el intestino, con la piel y especialmente, con nuestro sistema nervioso autónomo y nervio vago.
Somos seres electromagnéticos que emitimos hacia fuera, energía codificada con nuestras emociones. Por eso cuando escuchamos, lo hacemos con todo el cuerpo y no solo con nuestro oídos.
La escucha profunda, trasciende las palabras para adentrarnos en el universo único que es la otra persona. La escucha profunda se produce de un ser sintiente, a otro ser sintiente.
Por todo ello, la clave de la escucha profunda es la empatía, esa capacidad que tenemos los humanos de sintonizar con las emociones ajenas y recrearlas en nuestro interior para conectar más profundamente con los demás.
Creo que solo podremos escuchar profundamente a los demás, cuando nos escuchamos a nosotros mismos, cuando nos quedamos en la soledad y el silencio de nuestro cuerpo, cuando decidimos dar el salto y conocer a la persona más importante de nuestra vida… nosotros mismos.
La escucha profunda tiene algo de magia para mí… es mi sistema nervioso comunicándose con otro sistema nervioso en un lenguaje silencioso pero transformador.
Escuchando con el cuerpo
El cuerpo… el gran olvidado, nuestro verdadero hogar. Hace unos años, se creía que el cuerpo y la mente estaban separadas. Hoy, se sabe y la ciencia ha demostrado, que mente y cuerpo son uno, que son inseparables.
La escucha del cuerpo no es algo fácil. A mí siempre me ha costado mucho y no fue hasta hará unos siete años, que comencé a escuchar a mi cuerpo un poco más. He ignorado a mi cuerpo por mucho tiempo, no quería escucharlo. Pero cuando comencé a introducirme en la práctica de la atención plena y cuando conecté con mi respiración, las cosas comenzaron a cambiar.
Tuve unos años de mucho trabajo y estrés… no tomaba los descansos que necesitaba mi cuerpo y eso me pasó factura en forma de un agotamiento extremo. Mi cuerpo es fuerte, soporta mucho estrés y mucha actividad. Pero mi cuerpo también necesita un descanso, un respiro del trabajo incesante.
Escuchar a mi cuerpo es un trabajo diario. Escucho sus dolores y trato de buscar sus orígenes emocionales, porque mucho de lo que le pasa a mi cuerpo, son emociones no escuchadas ni reguladas.
Escucho a mi cuerpo a través del agotamiento, que me avisa de que debo acudir a la naturaleza, que debo dormir un poco más, que debo retirarme a algún lugar silencioso y solitario.
Escucho a mi cuerpo a través del corazón cuando se acelera tras una larga jornada de trabajo, indicándome que estoy estresada y que debo reducir la presión interna, especialmente mi auto-exigencia.
Escucho a mi cuerpo a través de las migrañas que a veces llegan a mí, señal de tensiones o preocupaciones internas que no he sabido identificar.
Escucho a mi cuerpo a través de las sensaciones de seguridad o peligro, me hago consciente de que es mi sistema nervioso autónomo y mi nervio vago, identificando señales a mi alrededor que me alteran o me dan confianza.
Escuchar a mi cuerpo es un proceso y en él me he hecho consciente de algunas cosas…
- Debo dedicar unos minutos diarios a observar el estado de mi cuerpo.
- Observar el cansancio y de qué hago diferente para cansarme más.
- Las señales del cuerpo que me gritan que acuda a la naturaleza.
- Darme tiempos de silencio tras un día de terapia con mis pacientes.
- La necesidad de escuchar música para regular mi sistema nervioso.
- Hacer al menos 3 pausas en el día para respirar de manera consciente.
- Escuchar las señales de mi cuerpo que me indican que debo irme a dormir.
- Saber cuándo socializar me ayuda y cuándo me sobre-estimula y agota.
Como puedes comprobar, el cuerpo requiere atención a un nivel más profundo que solo darle de comer, beber, dormir y limpiarlo. Hay una escucha profunda del cuerpo que nos conecta con las emociones y con nuestras necesidades.
Escuchando a otros
Mi día a día se desarrolla en torno a la escucha. La piedra angular de la terapia psicológica, es la escucha… una escucha atenta, presente, consciente y profunda.
Escuchar a otros es un privilegio, acompañarles por sus vidas, un honor. Pero cuando eres “escuchador” profesional, la escucha puede llegar a agotarnos si no nos regulamos.
En un día normal de terapia, puedo tener al menos cuatro pacientes que se derrumban en la sesión, que lloran y me cuentan sus sufrimientos. Necesito mi empatía para sintonizar con sus emociones, pero soy humana y a veces, aunque me regule, esos relatos me afectan.
Y no pasa nada, es mi humanidad tocando la humanidad de otro. Eso es lo más bonito de mi trabajo.
Pero necesito regularme, necesito llorar si estoy muy cargada de emociones, necesito escribir si algo me ha impactado profundamente, necesito ponerme música para volver a mi centro.
Y una de las cosas que más necesito, es el silencio. Tras cuatro o cinco horas seguidas de terapia, necesito que mi cerebro descanse y para ello, necesito silencio. Silencio externo e interno. Es habitual que hable menos tras horas de terapia porque sigo integrando lo escuchado y trabajado en las sesiones, necesito no escuchar a otro ser humano durante al menos 30 minutos.
Porque en ese tiempo, no soy capaz de escuchar profundamente, en ese tiempo necesito sentir mi respiración y mi cuerpo, volviendo poco a poco a mí. Y si alguien me habla, mi atención está dispersa. No sé si esto me pasa porque soy PAS (Persona Altamente Sensible), pero necesito darme ese tiempo.
Para escuchar a otros, antes debo escucharme a mí y darme el espacio necesario para conectar de nuevo con mi identidad personal más allá de la psicóloga que hay en mí.
Escuchándome a mí
Como te comentaba antes, todo empieza por la escucha a mí misma. Siempre he sido una persona introvertida, he necesitado mucho espacio a solas conmigo, he buscado el silencio o la música agradable, necesito estar conmigo a solas.
La escucha comienza con el cuerpo, como ya he compartido contigo. Pero luego esta escucha sigue con mi mente… siempre pensando, siempre en funcionamiento.
Soy consciente de que yo no soy mis emociones, mis pensamientos ni mi mente pensante, pero creo que todas estas cosas, me muestran un camino que debo recorrer para regularme mejor. Escucharme a mí es…
- Sentir una emoción y acompañarla hasta que desaparece.
- Dar forma a esa emoción a través de la escritura.
- Movilizar mi cuerpo, caminando, estirándome, respirando con calma.
- Cerrar los ojos mientras escucho música y viajar al ritmo de las notas.
- Consciente de juicios y creencias que tiñen el mundo de un color o de otro.
- Re-apertura de una herida emocional y no dejarme llevar por ella.
- Conectar con la naturaleza y su amabilidad.
- Trascender mi cuerpo y mi mente para sentirme parte de algo más grande.
Escucharme a mí misma es un proceso que debo realizar a diario para mantenerme lo más regulada posible.
Y no me escucho para ser más feliz… aunque es un efecto secundario. Me escucho para estar en paz, para confiar en mí y afrontar lo que me traiga la vida.
Y tú, ¿cómo te escuchas?
* Contenido creado por un ser humano en su totalidad. No ha sido consultada ninguna Inteligencia Artificial (No IA).
“La empatía se trata de encontrar ecos de otra persona en ti”
– Mohsin Hamid –


