Acompañar a otros en sus caminos vitales, es una de las cosas más bonitas, pero más difíciles.
En mi trabajo, acompaño a mis pacientes a través de los recovecos de su mente. El proceso de la terapia psicológica, es como recorrer un laberinto… no sabemos qué senderos tendremos que recorrer juntos, pero hallaremos la salida.
En mi vida personal, con las personas a las que más quiero, me cuesta ser solo acompañante. Es algo que sigo aprendiendo, porque soy protectora con quienes quiero, me gusta formar parte de su vida y ayudar en lo que pueda. Pero nunca me olvido de dejar a un lado a la psicóloga que hay en mí, cuando trato con mis seres queridos.
Porque una parte de mi vida, se desarrolla como psicóloga… otra se desarrolla como ser humano. Puede parecer raro… puede parecer que estoy fragmentada en dos “yoes”… en parte es así.
Cuando empecé a trabajar como psicóloga, me implicaba demasiado. Tuve que aprender a distanciarme emocionalmente sin dejar de ser empática y compasiva… todo un reto. No me puedo permitir cargar mi mochila personal, con los problemas de los pacientes. Si no hubiera aprendido a separar las cosas personales de lo que veo en mi trabajo diario, hace tiempo que me hubiera quemado.
Tampoco te voy a mentir, a veces, los relatos de mis pacientes me conmueven hasta el extremo y a veces, tengo que regularme en mi vida personal para que esas emociones no me invadan, para no vivir sumida en una tristeza eterna. Lo asumo y cuando me siento demasiado llena emocionalmente… escribo, escucho música, acudo a la naturaleza, lloro, medito, hago un ejercicio de gratitud.
En el ámbito personal, me cuesta más ser acompañante. Me tengo que frenar muchas veces porque mi tendencia natural con mis seres queridos, es asumir cargas que no me corresponden y que yo no puedo solucionar. En este sentido, mi gran reto ha sido siempre con mi hermano.
Pero siento que cada vez lo hago mejor… es un complejo equilibrio entre dar espacio, estar disponible, no preguntar en exceso (esto es deformación profesional) ni dar consejos que no me han pedido. A veces es complicado y entro en una lucha conmigo misma para no distanciarme demasiado ni estar demasiado presente.
Para mí, convertirme en acompañante en mi vida personal, es el gran reto. Porque tiendo a dar mucho a los demás, a veces incluso en contra de mis necesidades.
En mi camino vital, aprendiendo a convertirme en acompañante, he identificado tres elementos esenciales…
Acompañar
Es el pilar fundamental. Quienes somos Salvadores, tendemos a tomar el control, deseamos solucionar los problemas ajenos, queremos proteger tanto, que acabamos por ahogar al otro.
Acompañar a otro ser humano, es caminar junto a él, respetando su ritmo al caminar (y el nuestro), estando cerca pero dando espacio para que se mueva como desee. Acompañar es suave, no te entrometes en el ritmo del otro, pero sigues caminando cerca.
Como buen acompañante, a veces debes tomar las riendas, a veces debes dar tu mano para que la otra persona se sujete, pero darle la libertad de soltar su mano cuando no la necesite. Y es ese soltar, lo que más nos cuesta.
Los Salvadores, de tanta sobre-protección, asfixian a las personas que quieren ayudar. Por eso debemos practicar el suave arte de soltar y de ayudar cuando es necesario.
Hace unas semanas, en terapia, surgió una bonita metáfora con un paciente. La metáfora es que todos vamos por la vida en una barca. Hay momentos donde debemos remar y momentos donde debemos dejar que la corriente nos guíe. Nuestros problemas suelen venir porque nos empeñamos en ir contra-corriente, nos resistimos al flujo natural del agua de la vida y eso nos desgasta. La vida es el arte de saber cuándo debemos remar y cuándo podemos relajarnos y que la corriente nos empuje suavemente.
La resistencia es dolorosa, nos obceca en algo que no puede ser. La resistencia nos duele y cuando dejamos de remar en contra de la corriente, todo encaja, todo fluye… cada cual a su ritmo.
Para mí, acompañar, es compartir el silencio con otra persona, estando junto a ella, pero sin invadir su espacio interior.
No imponer
Acompañar a otros, lleva un ingrediente importante de no imponer lo que consideramos que debería ser. Es no imponer nuestra presencia, ni nuestras palabras, ni nuestros aprendizajes vitales… porque a veces la otra persona, no está preparada para escuchar ni entender.
Cada cual lleva unos tiempos en su crecimiento interior y auto-conocimiento. Respetar ese ritmo, me parece fundamental. Y por eso, al convertirme en acompañante, tengo que hacer varias cosas…
- No imponer mi presencia… La soledad es necesaria en procesos de crecimiento interior. La fase inicial ha de hacerse en silencio, a solas, como cuando una semilla crece en el sagrado silencio de la tierra. Por eso he de ser cuidadosa con la cantidad de presencia (física o en la distancia) que doy al otro. He de recordar que sigo caminando en mí, conmigo y que la otra persona está haciendo el mismo proceso.
- No imponer mis opiniones… Este es el gran problema del ser humano en el siglo XXI, creemos que nuestra opinión es la correcta y por eso tratamos de imponerla. Aunque lo hagamos con amor, una opinión es un juicio disfrazado. Y a veces, es muy difícil no dar esa opinión personal que uno tiene… pero al menos hay que intentarlo.
- No imponer mi crecimiento… Mi proceso de crecimiento interior, es personal e intransferible. No es mejor ni peor… solamente es diferente, es mío. Y la persona a quien acompaño, tiene su propio camino de crecimiento interno, con sus retos, metas y obstáculos. Puedo animar a sortear esa piedra en el camino, pero no puedo decirle cómo debe saltar esa piedra… eso forma parte de su proceso.
En una sociedad donde sentimos que nosotros tenemos razón, no imponernos a otros, es un acto revolucionario que nos conecta con la humildad.
Respetar la libertad
Por último, pero no menos importante, el tercer pilar en los procesos de acompañamiento, creo que es respetar la libertad del otro para hacer o no hacer lo que considere oportuno.
Sé lo frustrante que es ver que alguien a quien quieres tomar decisiones que consideras poco apropiadas para él o ella… pero no puedes hacer nada.
Cada cual ha de vivir como cree que debe hacerlo, cada cual debe tomar sus propias decisiones, asumiendo la responsabilidad de las consecuencias y resultados. Tal vez tú puedas ver más allá, tal vez tu experiencia e intuición, te indican las posibles consecuencias de esos actos.
Pero créeme… no puedes hacer nada. Es frustrante no poder ahorrarle sufrimiento a alguien que quieres, pero su proceso de crecimiento pasa por esa decisión y esas consecuencias.
Por todo ello, respeta la libertad de tu ser querido o de tu paciente. La clave no está en que los demás hagan lo que tú digas, se trata de estar presente siempre que lo necesite… en lo bueno y en lo malo. En eso es en lo que destaca el acompañante.
El acompañante es consciente de que no puede evitar el sufrimiento ajeno, pero siempre está disponible para sostener en el dolor y compartir los momentos de alegría.
Respetar la libertad ajena, es también respetar tu libertad interna. De la libertad y el acompañamiento, nacen relaciones sanas, pilares en los que apoyarnos cuando lo necesitamos.
Y tú, ¿te estás convirtiendo en acompañante?
* Contenido creado por un ser humano en su totalidad. No ha sido consultada ninguna Inteligencia Artificial (No IA).
“La vida es una sucesión de lecciones que deben ser vividas para ser entendidas”
– Helen Keller –


