Tal vez el título de este post te parece obvio, porque si no vivimos en el presente, ¿en qué tiempo vivimos? Lo cierto es que solemos vivir en el pasado o en el futuro y por eso experimentamos ansiedad, tristeza y estrés, olvidándonos de que lo único que realmente existe es el ahora, el presente.
Vivir en el presente es una elección que hacemos cada día y tomamos esta decisión cuando no nos dejamos llevar por nuestros pensamientos, que nos llevan velozmente a recuerdos vividos (buenos o menos buenos) o nos hacen viajar al futuro a la velocidad de la luz (anticipando cosas de las que no podemos estar seguros). Sin embargo, para vivir en el presente debemos hacer un esfuerzo, debemos traer nuestra atención al ahora, preferiblemente a nuestro cuerpo, a nuestra respiración. El secreto del presente es que se cobija en las cosas pequeñas que suelen pasar desapercibidas, como la calidez del sol en nuestra piel o en la calma que la respiración deja tras de sí.
Sé que es difícil, yo también me he dejado llevar por el pasado, yo también he vivido en el futuro, ansiando que llegara rápido, deseando llegar a los 30 años para que mi vida comenzara de verdad. Esa ansiedad, esa necesidad de vivir en un tiempo que aún no existía, me producía sufrimiento porque era incapaz de disfrutar del presente, de este tiempo que la vida me estaba dando. Mi mente tenía prisa por llegar al siguiente año, como si el tiempo fuera a traer aquello que siempre había deseado.
De esa etapa aprendí que no podemos correr antes de caminar y que cada momento de nuestra vida es perfecto porque conforma quienes somos y quienes seremos. Cuando comencé a meditar, cuando comencé a leer libros sobre el budismo y su sabiduría ancestral, comencé a darme cuenta del profundo rechazo que sentía por la vida que estaba viviendo en ese momento y del rechazo no puede nacer la abundancia, pues ésta se cobija en la aceptación plena, sabiendo que la vida trae hasta nosotros lo que necesitamos aprender para seguir nuestro camino. Poco a poco fui incorporando los conceptos propios del budismo y de la atención plena y comencé a ver mi vida de una manera diferente, observaba las oportunidades que me estaba dando el universo para prepararme para el futuro.
Hoy, cuando reflexiono sobre el camino andado, cuando recorro mentalmente ese camino lleno de obstáculos, me doy cuenta de que todo, absolutamente todo lo que me ha ocurrido en la vida, me ha preparado para los muchos retos que he vivido después. Te voy a contar algunas cosas de mí y de mi trayectoria personal que han influido en mi trayectoria profesional, pues creo que te mereces saber un poco más de mí…
Algunos de vosotros ya me conocéis y sabéis un poco mi trayectoria profesional, estudié Psicología por pura vocación, siempre supe que quería ayudar a las personas que atraviesan momentos difíciles y ayudarlas a superar sus obstáculos. La carrera fue un reto, especialmente los dos primeros años, donde no entendía por qué debía estudiar estadística para ayudar a superar un trastorno de ansiedad o una depresión. Fueron años complicados, pero mi tenacidad me hizo persistir y me siento profundamente agradecida por esta cualidad que tengo, porque de haber dejado la carrera, no podría escribirte estas palabras ni te podría ayudar como ya te he ayudado o como te voy a seguir ayudando en el futuro.
Cuando llegué a tercero de carrera, me sentía feliz porque al fin comenzaba a estudiar cosas que siempre pensé se estudiarían en Psicología y cuarto y quinto fueron los mejores cursos que estudié, todas las asignaturas me gustaban (sí, terminé la carrera antes de que se iniciara el grado, de modo que soy licenciada).
Llegó quinto de carrera y me encantaba lo que había estudiado, pero estaba aterrorizada de tener que buscar trabajo porque solo pude tener prácticas durante tres semanas, observando cómo otro psicólogo realizaba su trabajo. De modo que decidí estudiar un máster. Mi especialidad es Psicología Clínica y de la Salud, de modo que lo natural me pareció estudiar un máster en Psicología Clínica para tener más seguridad, pero quiso la vida que no pudiera ser así porque me quedó una asignatura para Septiembre, de modo que en aquel máster donde había más solicitudes que plazas, no me aceptaron. Mi segunda opción era el Máster de Psicooncología, en la carrera me quedé fascinada por el trabajo de Elisabeth Kübler-Ross con los moribundos y deseaba poder trabajar en ese ámbito. Aunque en mi corazón este máster era el elegido, mi mente tomó el control y el miedo hizo que temiera escoger una especialidad tan específica y cerrarme otras puertas laborales. La vida y el universo, con su enorme sabiduría, me cerró un camino para guiarme al que realmente me correspondía.
Mucho más tarde, en 2017, todo lo que aprendí de la atención a moribundos, fue una enseñanza esencial que pude aplicar con mi abuela materna. Diagnosticada de enfermedad de Alzheimer desde hacía 8 años, fue perdiendo poco a poco sus capacidades y durante sus últimos 8 meses de vida, mi madre y yo nos convertimos en cuidadoras informales. Creo que ambas hicimos un buen equipo porque mi madre es una cuidadora nata y mientras yo me sentía paralizada ante algunos cuidados físicos, ella lo hacía con una destreza propia de quien sabe cuidar a otros. Por mi parte, yo me encargaba de la parte emocional y creo que nos apoyamos mutuamente para que no nos sobrepasara todo lo que vivimos. Gracias a todo lo que aprendí en el máster y en mis prácticas, pudimos hacer frente al final de la vida de mi abuela con tristeza pero con serenidad, mi madre y yo estuvimos presentes en su último aliento y aunque es duro ver cómo un ser amado se desliga de este plano físico, estoy profundamente agradecida a la vida por haberme dado esa oportunidad, por acompañar hasta el final, por amar hasta la última exhalación.
Una decisión que pareció arbitraria y casi más obligada que por decisión propia (mis miedos tomaron el control de mi mente), me ha dado tanto, ha cambiado tanto la manera en que ejerzo mi profesión, me ha dado la oportunidad de enseñar lo que aprendí por medio de cursos y libros, me ha hecho ser como soy. Ese fue el inicio de aprender a vivir en el presente porque fue una profesora del máster quien nos habló por primera vez de Thich Nhat Hanh, un monje budista que ha traído hasta occidente toda la sabiduría acumulada durante milenios. Si la vida no me hubiera llevado hacia ese máster, mi camino habría sido totalmente diferente y no podría ejercer la psicología a mi propia manera, como realmente soy.
Cuando vuelvo al presente, cuando vuelvo a sentir las teclas del portátil al escribir estas palabras, cuando siento de nuevo la respiración junto a mí, me siento agradecida y muy afortunada. Nos podemos perder en recuerdos pasados o en anticipaciones futuras, pero siempre, siempre, debemos volver al aquí y ahora para construir la vida que deseamos, para ser quienes realmente deseamos ser.