Las palabras son semillas… crean mundos o los destruyen. Por eso debemos ser tan cuidadosos con las palabras que emitimos.
El ser humano posee la magnifica habilidad del habla. Esto nos permite una comunicación más profunda y detallada de quiénes somos y lo que anhelamos.
En mi trabajo como psicoterapeuta, la palabra es importante, aunque no es lo principal. En terapia, se producen muchos procesos a niveles invisibles. El proceso es…
- Escucha: Escucho con mi oídos pero también con el resto de mi cuerpo… con los ojos, la piel y mis vísceras. Porque todo lo que registran mis sentidos, tiene una huella en mi cuerpo, que se convierte en una herramienta de conexión emocional.
- Empatía: La escucha y la empatía suelen ir de la mano para mí. Cuando escucho el relato de otra persona, la empatía llega silenciosa para hacerme entender mejor lo que la otra persona siente. En terapia, la empatía es la que asegura el vínculo, la conexión emocional con el paciente… y de ahí nace la verdadera sanación.
- Crear un espacio seguro: Los psicólogos no solo estamos presentes, también somos una presencia reguladora para el sistema nervioso del paciente. Debemos crear un espacio seguro en la terapia para que el paciente se abra y deje de juzgarse, siendo mucho más empático consigo mismo y conectando con la curiosidad inherente que habita en él o en ella. Primero debo sentirme segura yo en mi cuerpo, regulando mi propio sistema nervioso, para después compartir esta presencia reguladora con los demás.
- Conectar lo escuchado con los conocimientos: Este proceso es menos visceral y mucho más intelectual. Supone tomar los hilos que el paciente verbaliza o expresa en su cuerpo y cuadrarlo con los conocimientos que tengo sobre la psique humana. Si no hago un buen acoplamiento de esta información, las preguntas que guiarán al paciente en su introspección, no serán las correctas. Por eso es tan importante estar presente junto a la otra persona.
- Emitir las palabras adecuadas en el momento correcto: Una vez que se ha producido todo este camino visceral, físico, mental y de auto-regulación para regular el sistema nervioso del paciente, llega el momento de hablar. Pero debo emitir las palabras adecuadas para mostrarle al paciente una interpretación alternativa de la realidad, siendo cuidadosa de no juzgar ni de que el paciente se sienta atacado. Las palabras también han de ser emitidas en el momento correcto, buscando el equilibrio entre silencios y palabras.
Por todo esto, considero que en mi trabajo las palabras son solo la punta del iceberg, tal vez un 20% de todo el trabajo que hago en cada sesión. El 80% restante, son procesos internos que se afinan con la práctica, aunque supone un desgaste energético importante al final del día. La terapia y la transformación interna del paciente, es más invisible de lo que pensamos.
Cada palabra, una semilla
Creo que siempre he sabido que las palabras tienen un gran poder, por eso siempre he sido cuidadosa con las cosas que he dicho… callando en muchas ocasiones, pensando en exceso otras.
Siempre que pienso en las palabras, viene a mi mente una imagen como la que acompaña este post… cada palabra que emito son muchas cosas… energía, emociones, pensamientos… y cada una de ellas, vuela más allá de mí. Estas semillas alcanzan la mente de quien me escucha y esas semillas puedes arraigarse a la tierra o perecer.
No depende de mí de si una semilla crece o muere. Lo que sí depende de mí, son las semillas que emito, las palabras que susurro, las emociones que transmito. Ser cuidadosa con mis palabras, es seleccionar el tipo de semilla que deseo que la otra persona cultive en su mente. Teniendo siempre como objetivo, que el otro pueda desarrollar su mejor versión.
La palabra es la parte audible de un proceso interior profundo que comienza en nuestro cerebro e incorpora al resto de nuestro cuerpo. Cada palabra que emites, es una semilla por este recorrido profundo…
- Percepciones: Fuera de nosotros ocurren cosas, las personas hacen cosas, dicen cosas… y lo hacen y dicen desde quiénes son, con sus mochilas a cuestas, sus dolores vivos y sus heridas que se re-abren. La percepción ya queda bañada por la subjetividad. Esta información involucra especialmente al sistema nervioso autónomo y al nervio vago.
- Emociones: En base a esas mochilas ajenas, a las heridas de los demás y a cómo sienten la vida (segura o peligrosa), se produce una reacción emocional a lo que ocurre fuera de nosotros. Este es un proceso inconsciente, no podemos controlar lo que sentimos… simplemente sentimos. Aún no hay palabras, pero ya se empieza a crear el discurso de lo que diremos.
- Pensamientos: Esta parte es más consciente, lo que pensamos depende de lo que percibimos y de lo que sentimos. Este pensamiento puede ser más o menos dirigido conscientemente por nosotros, pero el pensamiento es ya la construcción previa al habla.
- Diálogo interior: Todo ser humano tiene un diálogo interior. Lo podemos percibir si nos esforzamos por sintonizar con él y practicamos técnicas como la meditación. Al tiempo que pensamos de manera consciente, se produce este susurro del diálogo interior, que está bañado por nuestras emociones, creencias, experiencias previas, nuestras heridas, etc. El diálogo interior puede ser el detonante clave para escoger unas u otras palabras.
- Sonidos que crean universos… o los destruyen: La palabra es el acto final de un proceso mucho más complejo. Esos sonidos que salen de nuestra garganta, nacen en las profundidad inconsciente de nuestro cerebro y cuerpo. Imagina cada palabra como una bala o como una flor. La bala hiere, destruye universos… la flor es un regalo, algo que tiene el potencial de crear un nuevo universo. ¿Prefieres usar balas o flores?
La huella que dejamos
Las palabras son importantes porque las emitimos todos los días de nuestra vida. Y la huella que dejamos en la vida y en otros, tiene que ver con la elección de palabras que hacemos en cada momento.
Creo que podemos elegir las huellas que dejamos en otros y en la vida y lo podemos hacer cuando somos responsables afectivamente, es decir, cuando dejamos de actuar impulsivamente y nos tomamos unos minutos para regularnos y pensar bien lo que queremos emitir más allá de nosotros. Es así como evitamos herir a los demás cuando algo nos duele a nosotros, es así como cuidamos y respetamos los procesos de los demás.
Yo soy cuidadosa con las huellas que deseo dejar…
- La huella de mis acciones: Mis actos son importantes, porque siempre puedo elegir entre luchar o trabajar en mí. La huella de mis acciones es a veces mucho más sonora que mil gritos. Yo deseo vivir desde la calma y la serenidad, pisando la tierra con cuidado, ayudando a cuidar otros campos donde arraigan las semillas de mis actos.
- La huella de mis palabras: Mis palabras reverberan más allá de mi cuerpo, más allá de los oídos de quien me escucha, más allá de los ojos que me leen. La huella de mis palabras es tan profunda como el cosmos y queda inevitablemente unido a él.
- La huella de mis emociones: Mis emociones… silenciosas pero intensas, profundas, me estremecen. Las emociones dejan primero una huella en mí, en mi cuerpo, en mis hormonas, en mi mente. Después, mis emociones se transmiten a mi alrededor a través del corazón y de su campo electromagnético, tocando a otros incluso cuando no digo nada. No se trata de dejar de sentir, sino de saber regularme para transformar el impacto de las emociones.
Creo que esta vida es materia y energía. Mis palabras forman parte del reino de la energía… invisible, poderoso. Mi energía es capaz de cambiar otras energías que me rodean… así lo dice la física cuántica.
La huella que dejaré cuando abandone este mundo, será invisible pero resonará en los confines del universo.
* Contenido creado por un ser humano en su totalidad. No ha sido consultada ninguna Inteligencia Artificial (No IA).
“Puedes acariciar a la gente con palabras”
– F. Scott Fitzgerald –


