Hay una parte en mí, que es tan profunda como oscuro es el océano y como infinito es el universo. 

Es una parte a veces lejana y otras veces cercana, aunque tengo que detenerme para asomarme a ella. Cuando conecto con ella, siento que es como volver al hogar… a un lugar conocido, donde ser yo misma.

Siempre he tenido esta parte insondable en mí, que se acrecentaba cuando miraba el cielo nocturno, brillando por las miles de estrellas que se mostraban ante mis ojos. En esos momentos, sentía que yo era mucho más que mi cuerpo, me sentía conectada a algo más profundo, algo inexplicable pero que me llenaba de calma. 

Aunque esta parte profunda de mí siempre está ahí, yo no puedo sentirla siempre. Porque a veces estoy cerrada a esa vibración, mi mente pensante me atrapa y me impide ver más allá. 

Mi parte más profunda siento que es sabia… antigua, muy antigua… a veces la siento como una condensación de la sabiduría del propio cosmos. Sé que suena raro… pero siento que es una parte llena de amor, amabilidad y bondad. 

Con el paso de los años, he comprendido que esa profundidad insondable, tiene mucho que ver con mi rasgo de alta sensibilidad (PAS).

Y recientemente, he comprendido que tiene que ver también con una re-programación que he hecho del funcionamiento de mi sistema nervioso… porque ahora soy capaz de vivir desde la rama ventral de mi nervio vago… y eso lo cambia todo. 

Cuando viajo a mi parte más profunda, me siento como la protagonista de la fotografía que acompaña este artículo… llevo un farolillo en las manos que alumbra mi camino, atreviéndome a mirar entre las sombras… ese lugar dentro de mí al que no suelo bajar, pero que guarda grandes tesoros. 

Mi psique

Cuando hablo de mi psique, no solo me refiero a las emociones y pensamientos. Para mí, la psique es una mezcla de cuerpo, mente, energía y espiritualidad. Es un compendio de lo vivido en el pasado… porque cada experiencia suma, cada experiencia tiene el potencial de cambiarme. 

Leyendo mis diarios y poemas de adolescencia, me he dado cuenta de que mi psique siempre ha tenido un toque profundo. Y esa profundidad asusta porque temes que nadie te entienda… especialmente cuando eres joven. 

La profundidad, tiene que ver con mi capacidad reflexiva, mi capacidad analítica, mi habilidad para conectar información que tengo guardada desde hace tiempo. 

Pero también tiene que ver con una conexión más sutil a mi entorno… especialmente cuando estoy en la naturaleza. Esta conexión es algo que debo sentir y no pensar. Y cuando me conecto con este sentir, comienzo a habitarme. 

Lo cierto es que vivimos en un cuerpo, pero pocas veces lo habitamos. Para mí, habitar mi cuerpo es sentirme segura en él, es poder detenerme a observar mi respiración y sentirla calmada mientras escribo estas palabras. Habitar mi cuerpo es permitirme sentir las sensaciones de las emociones… incluso las más desagradables. 

Porque habitarme a mí, es aceptarlo todo… la luz y las sombras, mis miedos y alegrías, el amor incondicional por mis seres queridos y también quererme a mí… porque si no me incluyo en el amor que doy a otros, no podré habitarme plenamente. 

Habitarnos a nosotros mismos es un proceso consciente que requiere mucho coraje y valor, porque es abrirnos a experimentarlo todo. No caben protecciones, es mostrar nuestra vulnerabilidad y estar orgullosos de ella. Es comunicarnos desde quiénes somos, incluso cuando duele ser quienes somos. 

Esto es tan difícil, que es una sensación nueva para mí… me ha costado mucho aceptarme como soy y aunque a veces aún dudo, me doy cuenta de que soy alguien único y que tengo la oportunidad de hacer algo significativo con mi vida… como tú, como cualquier otro ser humano. 

Como te dije antes, mi psique está en varios lugares y debo detenerme para buscarla, de diferentes formas…

• Cuerpo: Siento que me habito cuando respiro con calma, cuando me conecto con el hipnótico movimiento de la inhalación y exhalación. Lo siento también cuando camino y siento mis músculos en movimiento, cuando me hago consciente de mi cansancio, cuando escucho el canto de los pájaros o mi música favorita. Los sentidos son la puerta al mundo y conectarme a ellos, me ayuda a habitarme mejor. 

• Mente: Mi mente siempre está pensando… a veces sobre cosas rutinarias, otras veces sobre cosas más profundas. Y te mentiría si te dijera que no me gusta esa profundidad que hay en mí. De hecho, me encanta perderme en reflexiones profundas que me llevan a entender las cosas desde una perspectiva más amplia. La meditación ha sido el gran descubrimiento de mi vida, me ha abierto a un entendimiento más profundo de las cosas y me ha enseñado a habitarme. 

• Energía: Soy muy consciente de la energía emocional de otras personas, eso me hace saber cómo se encuentra alguien en cuanto entro en una estancia, cuando la veo a través de una videollamada e incluso cuando solo escucho su voz. Tal vez la otra persona trate de disimular…pero mi radar interior capta pequeñas incoherencias, se conecta con el campo electromagnético de la otra persona y comprendo que algo no encaja. Esta sensación es más potente con personas de confianza. Mi intuición también me guía e incluso me indica cómo serán ciertas cosas en el futuro, aunque no entienda bien sus razones. 

• Espiritualidad: Siento que mi espiritualidad es la red que aúna todo lo que soy. Me conecta con mi interior y con mi exterior, me conecta con la vida y la muerte, me conecta al precioso planeta Tierra y al cosmos en toda su magnitud. La espiritualidad es algo que siento en mí, en mi piel, es experimentar una conexión con una energía que está más allá de lo humano. 

Profundizando y aceptando

Sentir y comprender las cosas tan profundamente, no es fácil. Te diría que incluso es doloroso a veces…

Duele comprender por qué otras personas actúan como lo hacen y aún así no poder hacer nada, duele sentir el sufrimiento ajeno y el propio, duele pensar en exceso y sentir el nudo en mi plexo solar, duele entender que la gente herida, hace daño a otros, duele no poder salvar a otros cuando una parte de mí siempre está dispuesta a eso. 

Pero con el tiempo, me he dado cuenta de que no puedo vivir desde mi salvadora. Porque yo no puedo salvar a nadie. Cada cual ha de salvarse a sí mismo. Cada día soy más consciente de que tener una relación de pareja desde la salvadora, solo traerá dolor y decepción. 

Por eso considero que antes de tener pareja, debemos conocernos en profundidad… porque los químicos del amor nos vuelven ciegos, nos hacen actuar desde nuestra herida, desde lo que nos falta. Y la única manera de tener una relación de pareja sana, es actuar desde lo que podemos dar y no desde nuestros vacíos y temores. 

Aunque esto solo es mi opinión… seguramente tú tengas otra manera de verlo. Es lo bonito de la vida… que cada cual puede elegir cómo se habita. 

Me he dado cuenta de que la profundización en uno mismo es peligrosa cuando no va acompañada de una completa aceptación. 

Aceptación de quiénes somos… con nuestras virtudes y defectos, con nuestras fortalezas y vulnerabilidades. Porque al fin y al cabo, las sombras determinan quiénes somos. Si no miramos esas sombras, si no profundizamos en nosotros mismos, nunca podremos decidir cómo queremos vivir las cosas que nos ocurren, porque las heridas tomarán el poder y nos harán actuar desde el dolor y el vacío, repitiendo una y otra vez las mismas situaciones y los mismos sentimientos.

La aceptación es agradable, la sentimos como una completa paz mental, un espacio donde ser nosotros mismos… la aceptación nos ayuda a habitarnos, a ser uno con todo lo que cargamos, con todo lo que somos. 

Me ha gustado poder compartir contigo esta profundidad insondable que hay en mí… porque a veces las palabras no son tan importantes, como el mensaje que envían. 

“Nadie nos salva sino nosotros mismos. Nadie puede y nadie debe. Nosotros mismos debemos recorrer el camino” 

– Siddharta Gautama (Buda) –