A lo largo de nuestra vida, interpretamos muchos papeles, aunque algunos de ellos son protagonistas porque son los más habituales.
Uno de estos papeles, es el de “Salvador”, a veces es tan natural en nosotros, que no nos damos cuenta de que lo estamos interpretando, pero llevamos a nuestra espalda esta mochila del Salvador, llena de cosas que no nos pertenecen, pero que nos hacen sentir que llevamos un peso extra.
Y este peso extra, nos termina agotando. Porque los Salvadores somos como esponjas, absorbemos las emociones de los demás, los problemas de los demás y las llevamos con nosotros allá donde vayamos.
Esta mochila llega a pesar tanto, que comienza a aparecer la ansiedad y el malestar emocional, síntomas de que hay algo que debemos soltar, que debemos liberarnos del peso extra innecesario.
Yo soy una Salvadora, pero no me daba cuenta de ello, porque este papel empecé a interpretarlo desde pequeña. Por lo que ayudar a los demás y preocuparme por ellos, ha sido algo natural.
Creo que en parte, decidí ser psicóloga por eso… porque era mi salvadora sabiéndose útil.
No ha sido hasta el año pasado, que me he hecho consciente de este papel. Y he empezado a comprender cómo se gesta el estrés laboral en mí, he empezado a comprender mejor mis frustraciones.
Hoy quiero compartir contigo algunas cosas que he ido descubriendo de mi salvadora y de los salvadores que observo en mis pacientes… ¿me acompañas?
Conociendo al Salvador
Quiero mostrarte una especia de “ficha policial” del Salvador para que lo puedas identificar mejor en ti…
Misión vital: Cuando conectamos con la idea de que nuestra misión en la vida es ayudar y salvar a los demás de su sufrimiento, el Salvador ya se ha formado. Todo salvador anhela eliminar el sufrimiento de los demás y cuando eso no se produce, nos frustramos. El salvador no comprende que el cambio es algo individual que solo cada persona puede hacer. Nosotros podemos acompañar, pero nunca tomar los problemas ajenos y solucionarlos, porque eso nunca depende de nosotros, sino del otro.
Aspecto: Cuando conecto con mi salvadora, me gusta imaginar su aspecto. En mi caso, visualizo a mi Salvadora como una super-heroína, con su traje ajustado y su capa, como la imagen de este post. Siento que es capaz de escuchar el sufrimiento ajeno a kilómetros y allá es a donde acude inmediatamente, sin importar si estaba descansado o comiendo. Y va volando hacia aquel que sufre, lo toma en sus brazos y lo pone a salvo, lo lleva a un lugar seguro.
Cada persona se imagina de una manera al Salvador que lleva dentro… puede ser una guerrera, una maga o un trabajador social con la ley de su lado. El hecho es que tu salvador, carga con algo que no le pertenece.
Heridas: El papel de Salvador se gesta rápido en nuestra vida, casi al mismo tiempo que nuestra herida de abandono. Tal vez no nos han abandonado físicamente, pero sentimos que no nos dieron la suficiente atención, cariño o compañía. Y eso hace que se abra la herida de sentirnos abandonados. Nos sentimos víctimas de otros y para compensar nuestra vulnerabilidad, nos convertimos en salvadores del sufrimiento ajeno. Porque sabemos lo que es sufrir y no queremos que nadie más lo sienta.
Conducta: El Salvador es un altruista extremo. Nunca piensa en sí mismo ni en lo que necesita, porque él o ella no es importante. Lo único importante es cumplir su misión de vida. Los Salvadores solemos dedicarnos a profesiones de ayuda, por eso solemos ser psicólogos, médicos, enfermeros, trabajadores sociales, abogados. Porque adoramos sentirnos útiles y saber que de cierta forma, podemos cambiar el mundo.
Empatía: Esta es nuestra gran aliada. Los salvadores somos sensibles emocionalmente y muy empáticos, nos conectamos rápidamente a la emoción ajena, pero a veces es una empatía tóxica que nos hace sentir exactamente lo mismo que la otra persona. De modo que mi lucha por salvarte a ti, se convierte en una manera desesperada de ayudarme a mí mismo a través de ti. Y eso no funciona, por mucho que lo intentemos.
La Injusticia: Los salvadores odiamos la injusticia, de hecho es lo que nos empuja a cambiar las cosas. La injusticia puede convertirse en nuestro talón de Aquiles, es nuestra kriptonita, nos debilita y nos lleva a luchar con fantasmas que solo existen en nuestra mente.
Relaciones: El papel de Salvador se extiende a nuestras relaciones de pareja. Solemos sentirnos atraídos por personas gravemente heridas a nivel emocional. Nos atrae saber que solo nosotros podemos ayudar a esa persona, que podemos sacarle de ese pozo oscuro en el que se encuentra. Y cuando el amor no es suficiente y nos damos cuenta de que el otro no cambia si él o ella no quiere, nos frustramos y sentimos que hemos fracasado. Piensa qué te atrae de alguien antes de iniciar una relación.
Auto-cuidado: Los Salvadores nos olvidamos de nosotros mismos. Lo damos todo a otros y nada a nosotros, porque no nos lo merecemos. En el fondo, queremos que llegue otro salvador a salvarnos, pero eso es imposible porque solo nosotros mismos podemos salvarnos a través de la aceptación de quienes somos, amando incluso lo que no nos gusta. Aprender a cuidarnos es todo un reto para los Salvadores.
El Salvador transformado
El objetivo no es destruir al Salvador, sino transformarlo en acompañante. Un acompañante hace cosas importantes pero no se queda con peso que no le pertenece. El acompañante…
- Sostiene: Sostener a otro y a nosotros mismos, requiere presencia, quedándonos con la emoción desagradable, con el dolor por la herida re-abierta. Nos sostenemos cuando no nos evadimos ni llenamos nuestra vida de “ruido” para evitar escuchar nuestra voz interior. Sostenemos cuando acompañamos en el dolor ajeno pero sin absorberlo, sin guardarlo en nuestra mochila.
- Escucha: La escucha nos permite dedicarnos tiempo, creando un espacio de calma para observar lo que hay dentro de nosotros y de los demás. La escucha de los silencios es especialmente transformadora, porque el silencio nos conecta con la reflexión y la emoción.
- Está presente: El acompañante está muy presente en sí mismo y con el otro. La presencia es el mejor regalo que podemos hacer y hacernos, porque ahí es donde nos conectamos con lo que necesitamos y con las soluciones a los problemas.
- No juzga: El salvador suele convertirse en juez de lo que “está bien” y de lo que “está mal”, por eso a veces se convierte en un justiciero, administrando la justicia por su mano. El acompañante no juzga, es neutral y ecuánime, se queda aquí, en el presente, en el dolor, en el camino que está recorriendo acompañado.
- Acepta lo que el otro hace: El salvador sabe muy bien lo que tienen que hacer los demás para dejar de sufrir y cuando no le hacen caso, se frustra y rebela, se desborda emocionalmente cuando los demás no siguen sus consejos. El acompañante sabe que cada cual debe encontrar una solución a sus problemas, no da consejos sino pautas y es consciente de que el otro es libre de seguirlas o no. Eso le libera del peso de la “mochila del salvador”.
- No se hace responsable de lo que no le corresponde: Esta idea es la esencial en el acompañante. Es consciente de que no es responsable de lo que el otro siente, piensa, dice o hace, porque solo es responsable de sí mismo.
Convertirnos en acompañantes es un proceso de transformación profundo que nos ayudará a ver la vida desde una perspectiva más amplia, más allá del dolor y de las heridas adquiridas. Ten paciencia.
Y tú, ¿crees que eres un salvador?
Convierte al Salvador en Acompañante