Las cuevas siempre me han parecido misteriosas.
Creo que representan el útero primordial… el lugar donde nos cobijábamos cuando aún éramos una humanidad en ciernes y también un lugar mágico donde los primeros artistas dejaron su huella.
Las cuevas, con su oscuridad infinita y su microclima, siempre me hacen viajar en el tiempo, reviviendo al ser remoto que sé que fui hace milenios… reviviendo mi parte más sabia e intuitiva.
Y es que la oscuridad tiene algo de mágico. Por eso nos da miedo la oscuridad, porque nos confronta con el vacío, con la nada, con la muerte. Pero también con la vida… porque la entrada de la cueva puede representar el útero primordial del que todos hemos nacido.
En la oscuridad todo es posible… todo está quieto y en movimiento al mismo tiempo. Siento que mucho antes de que todo el cosmos surgiera, solo existía la oscuridad… pero era una oscuridad llena de potencial, que cuando explotó, creó la luz y con ella la vida.
Por eso las cuevas me hacen viajar en el tiempo, porque me recuerdan que vengo de lejos, que he vivido miles de años a través de mis ancestros y que viviré tantos otros a través de estas palabras y de mi huella digital, que pretende crear un mundo más consciente.
El retorno a lo primitivo
En un pequeño pueblo de mi amada Asturias, en Ribadesella, está situada una cueva misteriosa.
La cueva de “Tito Bustillo” espera resguardada en lo más profundo de una montaña, cerca del mar. Escondido en el corazón de esta montaña, se encuentra una cueva única, por el legado artístico que sus antiguos pobladores dejaron a la humanidad.
Su entrada es misteriosa… comienzas pasando por encima de un río para adentrarte en la oscuridad de la cueva. Al entrar, puedes sentir lo que sintieron hace miles de años aquellos pobladores sabios, conectados a la tierra y al cosmos.
Cuanto más te adentras en este mágico mundo, más dentro de ti mismo viajas. Y comienzas a escuchar el agua… de un río cercano que discurre entre la montaña y también de las gotas que caen del techo y de las estalactitas formadas tras años y años de sedimentos concentrados.
Algunas de esas gotas caen en tu cabeza y sientes el frescor y la energía de un tiempo pasado. Tras unos diez minutos de silenciosa y (en mi caso) sagrada caminata, llegas al lugar donde hace más de 30.000 años, unos artistas dejaron su huella en las paredes de esta magnífica cueva.
Y desde la distancia, comprendes la grandeza de esos artistas pre-históricos, que fueron capaces de plasmar con gran belleza, animales que veían a diario, animales tal vez sagrados que ya no existen, pero que aún podemos recordar.
En esta pequeña cueva, hay algo especial, porque se usó un pigmento nunca visto hasta entonces… lograron crear un color púrpura profundo que adorna las paredes. Usaban la forma natural de la piedra para sugerir las líneas curvas de estos animales ancestrales.
Siempre que visito esta cueva, me sorprende la necesidad de aquellos seres humanos de plasmar lo que veían cada día, especialmente porque en aquella época apenas quedaba espacio entre el suelo y el techo de la cueva, teniendo que pintar tumbados e iluminados solo con toscas velas que ellos mismos fabricaban.
Casi me puedo imaginar la esfera mágica que acompañaba a esos artistas, que aún viven gracias a esas pinturas.
Las cuevas son lugares mágicos donde todo es posible, donde sus antiguos pobladores se resguardaban del mal tiempo y conectaban más profundamente con el grupo alrededor de la hoguera, alumbrando las paredes irregulares con formas mágicas que se movían al son del movimiento del fuego… siempre activo… cambiante.
La cueva y el subconsciente
Creo que las cuevas me atraen porque representan el subconsciente, esa zona inexplorada de nuestra mente, oscura y llena de rincones inexplorados, que a veces tememos.
De hecho, al realizar visualizaciones en terapia donde descendemos al subconsciente, buena parte de mis pacientes comienzan este viaje en una cueva. Y siempre me resultó curioso, aunque tampoco me extrañó.
El subconsciente se formó en las cuevas, en esos rincones oscuros donde la vida y la muerte eran más naturales de lo que lo son hoy, donde la vida tenía algo de sagrado que por desgracia hemos olvidado.
Porque para esos primeros pobladores, nuestros ancestros, la vida era algo inexplicable, algo mágico que ocurría por intermediación divina, algo inexplicable pero real. Tal vez creían en lo sagrado porque lo sentían más próximo a ellos y en el siglo XXI estamos lejos de la madre Tierra y por tanto, de la fuerza sagrada que lo crea todo.
En una época donde los chamanes tenían conexión directa con la divinidad, donde las visiones y sueños premonitorios eran habituales, creo que la vida estaba impregnada de magia y espiritualidad. Y creo que fue todo eso que desdeñamos, lo que ha creado al ser humano que ahora somos.
Y no te miento si te digo que al salir de “Tito Bustillo” añoro una vida más próxima a la naturaleza y la divinidad. Porque cuando estoy en la cueva, se despierta mi parte sagrada y espiritual, aquella que se siente conectada a las rocas, a los árboles y las estrellas.
Y es que la vida en el siglo XXI, tan llena de ruidos, estimulación y exigencias, me agota. Por eso en la naturaleza y en las cuevas, siento que revive una parte de mí que me encanta, que es misteriosa y sabia. Y me encanta sentir esa parte de mí más profunda e intuitiva. Por eso adoro las cuevas.
Quería compartir contigo todo esto porque tal vez tú sientas algo parecido… si es así, no eres el único.
Y si tienes la oportunidad de visitar la cueva de “Tito Bustillo” en Ribadesella, te lo aconsejo porque es una experiencia transformadora.
Entrar en la cueva es volver a tus raíces, es acceder a lo más profundo de tu psique