Quienes nos dedicamos a profesiones de la ayuda, solemos ser Sanadores heridos.
Esto quiere decir, que son nuestras heridas emocionales las que nos impulsan a acompañar a los demás en sus procesos internos. Siempre pensé que la ayuda que brindaba a mis pacientes, nacía de mi fortaleza, de lo opuesto a la vulnerabilidad.
Ahora sé que no es así… que mi vulnerabilidad y mis heridas son las que me conectan con las personas a quienes acompaño. La herida emocional tiene el poder de resonar con heridas de otras personas. Por eso es importante saber que es mi sufrimiento y dolor, mi superación y amor los que me permiten acompañar a mis pacientes.
No ha sido un proceso fácil darme cuenta de que siempre he querido ser psicóloga por mis heridas, especialmente mi herida de abandono. Porque de ella ha nacido la Salvadora que hay en mí y que se activa ante el sufrimiento ajeno, ante las injusticias y ante la impotencia.
El concepto del “sanador herido”, nos indica que los profesionales de la ayuda, tenemos heridas que se re-abren al entrar en contacto con las heridas del paciente. Estas heridas pueden volver a abrirse por escuchar el relato de otra persona, pero también al observar la conducta de otra persona.
Así, el dolor del otro, es un eco de mi propio dolor, aunque la alegría del otro también evoca mi propia alegría. Esa es la magia de la empatía.
Cuando estoy en terapia con un paciente, en ese espacio que tiene mucho de sagrado, donde me deslizo suavemente por la biografía del paciente, donde me convierto en espectadora, siento que empieza a tejerse la magia de la conexión profunda con él o ella.
Mis gestos, mis palabras y preguntas, evocan interés y algo más profundo… una sensación de conexión porque hemos sentido algo parecido… porque de algún modo, lo vivido por esa persona, es un reflejo de lo vivido por mí.
Y en esa experiencia llena de calma, silencios, preguntas y reflexiones profundas, encontramos el cobijo a nuestro dolor, a nuestro sufrimiento. Ese es el verdadero poder de la terapia… un lugar y un espacio donde no hay juicios, donde podemos sentir lo que sentimos, conectando con la profunda comprensión de nuestra propia historia vital.
Es desde el amor y desde el dolor, desde donde soy efectiva y puedo acompañar. Porque el sufrimiento no me es ajeno… soy tan humana como tú.
Sabiendo que soy sanadora herida, puedo afrontar mi sufrimiento, suscitado por el relato de otra persona, con más calma y serenidad. Porque sé que el otro solo trae a la luz lo que hay en mí. Y eso es una oportunidad para trabajar más en mí, para profundizar en mi autoconocimiento.
Como sanadores heridos, involucramos todo nuestro ser en la ayuda que ponemos a disposición de los demás, empatizando con la herida ajena, lo que nos hace recordar y reactivar nuestra propia herida. De este modo, profesional y paciente se intercambian los roles, haciendo sanador el dolor de ambos.
La empatía y la vulnerabilidad
La emoción clave como sanadores heridos, es la empatía. La empatía nos ayuda a conectar con otros seres sintientes.
La empatía es tan importante que existen unas neuronas especializadas… las neuronas espejo. Se activan en nuestras relaciones sociales y realizan simulaciones virtuales de las intenciones que tienen otras personas. Cuando observamos o escuchamos experiencias ajenas, nuestro cerebro reacciona como si fuéramos nosotros mismos quienes experimentamos esas sensaciones y emociones.
Las neuronas espejo nos ayudan a identificar las necesidades e intenciones de los demás y evalúan posibles cambios emocionales en los demás, pero la empatía es un proceso complejo que requiere de un funcionamiento cerebral global.
Quienes somos sanadores heridos, tenemos mucha empatía y eso nos conecta con nuestra vulnerabilidad y fragilidad.
Solemos huir de la vulnerabilidad porque nos hace sentir frágiles, desprotegidos. Sin embargo, todo nace de la vulnerabilidad porque es nuestra verdadera naturaleza.
La empatía nos conecta con las emociones ajenas y la compasión nos impulsa a ayudar al otro, a ponernos al servicio del otro para aliviar su sufrimiento. Pero no olvides que tú también necesitas tu empatía y compasión… cuídate.
Sanando al sanador herido
Tal vez seas un sanador herido aunque no te dediques a una profesión relacionada con la ayuda. Si sientes que eres muy empático y que tiendes a cargar con las preocupaciones y problemas de los demás, llegando a contagiarte de sus emociones, es muy probable que seas un sanador herido.
Considero que es esencial trabajar en nuestro sanador herido para que no nos agote emocionalmente. Te propongo algunos consejos para trabajar con tu sanador herido…
- Identificar las propias heridas: Debemos acoger nuestras heridas y cuidarlas. Estas heridas pueden ser aquellas que poseemos como cualquier otro humano y que han sido infligidas a través de nuestras experiencias desde la infancia. La herida la puedes hallar en aquel recuerdo doloroso, en aquellas etiquetas que usas contigo mismo y que adquiriste porque alguien te las dijo (“eres un vago, eres raro, eres solitario, eres tonto”).
- Aceptar tus heridas: Una cicatriz deja la señal de algo que nos ha ocurrido en nuestra vida y que en cierta medida ha podido cambiar el curso de la misma. Las heridas que llevamos en nuestro interior son muescas de haber vivido, de haber experimentado y sentido. La cicatriz no duele, aunque deja la marca de un suceso importante para nosotros. Aceptar esas heridas como parte de uno mismo, es un proceso liberador.
- Promover la capacidad de pedir y recibir ayuda: Es habitual que aquellas personas que están acostumbradas a dar ayuda, no sepan recibirla. Esto ocurre porque no deseamos mostrar nuestra fragilidad y vulnerabilidad a los demás. Pedir ayuda y necesitarla nos permite aprender un poco más quiénes somos y cómo se sienten aquellas otras personas a las que ayudamos.
- Ser positivos y optimistas: Aceptar nuestras “sombras” y nuestras heridas, nos confronta con emociones negativas y sentimientos de sufrimiento y tristeza. Para poder aceptar e integrar en nuestro interior estas heridas y “sombras”, debemos hacer un esfuerzo para ver las cosas positivas que se encuentran más allá de las heridas y cicatrices (el aprendizaje que hemos hecho, nuestro propio re-descubrimiento, mejor auto-conocimiento, poder ayudar más y mejor, etc.).
- Asumir y reconciliarnos con las heridas: Aceptar la existencia de las heridas e incorporarlas a quiénes somos y lo que hacemos no siempre eliminará nuestro sufrimiento pero sí que podemos hacer un esfuerzo por iluminar esas zonas oscuras de nuestro interior y buscar la manera de sustituir la amenaza que éstas suponen por el cambio y crecimiento que traen consigo.
El sanador herido que vive en nuestro interior, requiere de atención y cuidados, al igual que las personas a las que ayudamos. Por eso el mejor cuidado a otro, es empezar cuidándonos a nosotros mismos.
“El silencio, junto con una mirada cómplice, cariñosa, compasiva y un gesto amable, se convierten en palabra penetrante con poder de confortar y aliviar a quien se encuentra en medio del sufrimiento”
– José Carlos Bermejo –